Conocí a Lola en el IES Gabriel Miró, era segundo de bachiller, creo, y ella contribuyó a que mis notas en Física fueran muy discretas. Comenzaba la clase alrededor de las 10, justo el momento en que los albañiles que arreglaban los vestuarios paraban para almorzar. Pegados a la ventana teníamos asiento mi amigo Pablo y yo, desde allí alternábamos nuestra atención entre los bocadillos suntuosos de los trabajadores con sus litronas y la sugerente contemplación en el interior, casi al alcance de la mano, de una Lola irresistiblemente mayor (para nosotros) y de su espectacular hermana Ana. Disputábamos sobre qué nos atraía más y, la verdad, estábamos dispuestos a no almorzar nunca. En esa época era para nosotros, pobres niños con pelusa en el bigote, un ser inalcanzable que fumaba con estilo y nos trataba con condescendencia.

Tardamos poco en darnos cuenta de que ese año no íbamos a destacar en Física y por un tiempo perdí de vista a una de mis musas de adolescencia; hasta que empezó a frecuentar el polideportivo de la mano de un tal José Pérez, entusiasta licenciado en Educación Física que había logrado interesarla más que nosotros. A él se debe la iniciación deportiva de Lola, que derivó en una larga y exitosa carrera a muy alto nivel atlético. De la mano del que posteriormente se convertiría en su marido surgió la semilla del atletismo en Orihuela; de pronto docenas de jóvenes de uno y otro sexo hacían marcha, corrían, esprintaban, saltaban o realizaban toda clase de concursos. Sin apenas medios, pero con enorme entusiasmo, José Pérez llenó de corredores El Palmeral. Años en los que tuvimos que pelear para que abrieran el «poli» más allá de las seis de la tarde, para que pusieran luces o en los que practicábamos pértiga sin colchonetas.

Lola siguió la estela y desde hace años hablar de atletismo es hablar de ella, de su labor discreta, constante, sacrificada, leal y absolutamente meritoria. Decenas de atletas lo son gracias a ella, a su dulce paciencia y triunfan por toda España. Y cientos de niños practican deporte porque Lola dirige con cariño y conocimiento una escuela que sigue careciendo de instalaciones adecuadas, una falta que su abnegación y contagiosa alegría hace desaparecer hasta que nos toca competir en otros pueblos y ciudades y vemos lo lejos que estamos, al margen de que nuestros chicos y chicas sean muchas veces los mejores (fácil, entrenan con Lola).

Mi agradecimiento a mi amiga y admirada Lola crece cada día. Este año hemos tenido bastantes éxitos y todos llevan su firma, el último es la selección de Carmen Marco Mora para disputar el Campeonato de Europa Junior. El deporte tiene una deuda con ella; Orihuela también. Quizá el mejor homenaje sería que algún día no lejano la ciudad disponga de unas instalaciones acordes con la categoría de nuestro municipio, de sus deportistas y de su principal entrenadora. Pocos son capaces de comprender lo difícil que es ser deportista de alto nivel, pero casi nadie se hace una idea del sacrificio que significa y la dedicación que exige ser entrenador. A ella y a los padres que la acompañan y ayudan mi respeto y mi rendida admiración. Termino con una frase de Robert Kennedy que comparto sin fisuras: