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La división del mundo entre nacionalistas y globalizadores

El centro del poder económico del mundo se desplaza del océano Atlántico al océano Pacífico y desde el Norte hacia el Sur, y eso es algo que como europeos no nos conviene pero que no podemos evitar. En 1975 la economía francesa era el doble que la china y hoy es solo una cuarta parte. Además, y en claro contraste con los EE UU, los europeos perdemos población en un mundo que crecerá en 2.000 millones de personas en los próximos 35 años (sobre todo en África). Es un cambio brutal e imparable que necesariamente tiene que reflejarse en las relaciones de poder y ya hay quien habla de la inevitabilidad de futuras guerras como consecuencia de estos cambios. Por eso, para intentar dirigir este mundo nuevo, ha sido necesario crear el G20 que reúne a los 20 países más industrializados del planeta. Juntos representan el 85% del producto, el 75% de los intercambios y dos tercios de su población. España no es miembro de pleno derecho de este club por un olvido o negligencia de nuestros políticos cuando se fundó, pero luego nuestra diplomacia ha logrado (con enorme esfuerzo) un estatuto especial que nos permite asistir a las reuniones de lo que es un gran foro multilateral de debate sobre los problemas más acuciantes del momento. He asistido a algunas de ellas y he podido constatar que los Estados Unidos llevaban la voz cantante, pero también esto ha cambiado con las elecciones norteamericanas porque en esta reunión de Hamburgo se ha puesto en evidencia el aislamiento de Washington como consecuencia de la política nacionalista y proteccionista de Trump, que ha tenido que darse un baño de popularidad en Varsovia, preguntándose si Occidente será capaz de sobrevivir, antes de enfrentar a sus otros 19 colegas. Polonia tiene un gobierno que ha sido reprendido por la UE por sus políticas iliberales y autoritarias, su acoso a la prensa y a los jueces y por el rechazo de inmigrantes, pero es un gobierno con el que Trump se encuentra a gusto. El ministro polaco de Defensa acaba de decir que están en sintonía con Trump "cuando es atacado por liberales, postcomunistas, izquierdistas y defensores de la igualdad de género". Ahí queda eso. La reunión de Hamburgo ha mostrado la división del mundo entre nacionalistas y globalizadores. O sea, uno frente a diecinueve. Los dos asuntos que muestran este aislamiento norteamericano son su proteccionismo comercial y su negación del cambio climático. Trump está obsesionado con los déficits y el 84% del déficit norteamericano del pasado año (664.000 millones de dólares) es con países que pertenecen al G20, especialmente con China y por eso quiere restringir las importaciones de acero y aluminio, pero si lo hace se enfrentará con la OMC y puede desatar una guerra comercial con medidas generalizadas de represalia que nos acabarán empobreciendo a todos, si es que no ocurre nada peor. En Europa ya circulan listas de productos americanos que podrían sufrir las consecuencias, incluido el whisky bourbon, y eso es una mala noticia. Por eso en Hamburgo se ha tratado de evitar la confrontación con un comunicado final de circunstancias y llevando el tema a la OCDE. Por lo menos se ganará tiempo mientras los europeos dejábamos clara nuestra apuesta por el multilateralismo con los recientes acuerdos comerciales con Japón y con Canadá. El otro asunto de profundo desacuerdo ha sido la retirada de los EE UU del Tratado de París sobre el Clima, que todos los demás países consideran "irreversible" y prioritario porque este planeta es el único que tenemos y conviene protegerlo. Los europeos somos en esto muy firmes por miedo a que el ejemplo de los EE UU pueda ser seguido por otros países y por eso Francia ha anunciado su intención de convocar otra cumbre sobre el clima el próximo otoño. Los líderes presentes en Hamburgo han aprovechado para tratar en encuentros bilaterales otros asuntos importantes como el conflicto de Ucrania, la guerra de Siria, el terrorismo, el ciberterrorismo y la proliferación nuclear, particularmente por parte de Corea del Norte. Y los resultados han sido escasos. Así, Putin quería que Trump le quitara las sanciones por su política en Ucrania y Crimea y no lo ha conseguido; Trump quería que tras ver a Putin se dejara de hablar de la injerencia rusa en las elecciones americanas y tampoco lo ha logrado, pues nuevas revelaciones implican directamente a su hijo mayor en la trama; y también quería una política mucho más firme de Moscú y Beijing ante el régimen de Pyongyang y no ha tenido éxito, como no lo tuvieron Merkel y Macron al intentar que Trump cambiara su postura sobre el clima (aunque, en una nueva muestra de su versatilidad, Trump acaba de dejar una pequeña puerta abierta a esta posibilidad durante su reciente visita a París. A este hombre no hay quien lo entienda). Un modesto acuerdo ruso-norteamericano para un alto el fuego en el suroeste de Siria es un magro resultado. A pesar de ello, cuando Trump ha regresado a Washington ha tuiteado que había logrado "un gran éxito" para los Estados Unidos. Debe ser otra "verdad alternativa". Todo esto es muy peligroso porque si los principales líderes no se ponen de acuerdo en cuestiones cruciales para la marcha del mundo, existe el riesgo de que cada uno salga por su lado, y si eso sucede ni siquiera beneficiará a los fuertes en perjuicio de los débiles porque perderemos todos.

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