Míriam Blasco Soto vivía apaciblemente en Valladolid, rodeada de una multitud de maravillosas hermanas. Por indicación de un padre que entendía perfectamente la utilidad del deporte como herramienta educativa, hacía judo bajo la dirección de un antiguo y excelente competidor, Alfonso Lago, buen técnico, reciclado en el arbitraje, con gran éxito. Míriam destacó enseguida por su calidad y empezó a participar en torneos. Pero, sin duda influenciada por su maestro, se sentía más atraída por el arbitraje que por la competición. En campeonatos de España su nombre empezó a sonar, aunque no lograba alcanzar el primer lugar del podio. Un judoka alicantino, Alfredo Aracil, la convenció para que se viniera a vivir a Alicante y su apacible existencia cambió radicalmente. Sergio Cardell, uno de los mejores campeones y entrenadores que ha tenido el judo nacional, detectó rápidamente la figura internacional que escondía la pucelana. Al regreso de la olimpiada de Seúl, donde Sergio observó a las judokas de todo el mundo que luchaban allí por el oro, le dijo a su nueva discípula: «Tú puedes ganar a todas. Si estás dispuesta a sacrificarte por esa meta, te prometo el oro de Barcelona 92». Tal capacidad de convencer tenía el alicantino que montó un equipo impresionante. Nos puso a todos a trabajar, unos a conseguir medios financieros, otros a colaborar con los entrenamientos y a Josean Arruza a hacer tándem con él para preparar uno de los proyectos más brillantes que se han generado en el judo español. El resultado cumple ahora 25 años. En Alicante permanece el recuerdo de aquellos años y de aquel equipo excepcional que abrió las puertas por las que transitarían otras campeonas. Y, para siempre, Míriam Blasco Soto fue la primera, el broche de oro del trabajo de un equipo irrepetible.