Cuando mataron a Miguel Ángel, porque lo mató ETA, yo no escribía en este periódico. Seguramente habría escrito un artículo duro. Como duro fue su asesinato. Secuestrado, chantajeado el Estado, y vilmente acribillado un chaval de Ermua que quería ser músico. Todo el país lo lloró. Bueno, no todos. Unos cuantos malnacidos estuvieron callados como ratas, como hacían muchas veces que se asesinaba.

Pero es verdad que esta vez fue distinto. El hartazgo de la sociedad salió a la calle. Ya no tuvimos que enterrar a los nuestros sin curas que quisieran esconderse del funeral. Ya no tuvimos que llorar a todos los inocentes matados por ETA en nuestros rincones. El llanto era colectivo y era público.

Durante esos días se encendió lo que ha venido en llamarse el Espíritu de Ermua, que algunos, como no, intentan borrar del imaginario colectivo. Todo ese dolor grupal nos hizo más fuertes. Y, definitivamente, algo cambió en la sociedad. El miedo siguió, pues ETA siguió matando, pero nuestro arrojo colectivo los acorraló y los persiguió sin piedad.

En ese doloroso momento, revisado estos días que recordamos los 20 años de esa barbarie, la sociedad entendió que las víctimas debían estar en el centro de nuestra actuación política. Y desde entonces se luchó para que la memoria de las víctimas no fuese olvidada. Cualquiera que repase los comentarios de entonces puede observar cómo, repetidamente, se hacían referencias a la memoria de este pobre chico, y de todos los asesinados por estos criminales.

A mí para este artículo me salen muchos tacos para todos estos desgraciados terroristas. Pero su cárcel, la justicia, es nuestro deber ciudadano. No se puede matar con impunidad.

Pero lo verdaderamente repugnante es el nuevo papanatismo de una izquierda beligerante con las víctimas que no son de su cuerda. ¿Qué mierda importa el partido en el que militaba Miguel Ángel? ¿O Ernest Lluch? Todos son iguales. Las frases escuchadas por la alcaldesa de Madrid y su equipo de impresentables para justificar la no colocación de una pancarta de recuerdo son de manual de sinvergüenzas. Claro que personalizar el dolor de una víctima sobre el resto no es el cometido, pero nunca lo fue para los colectivos. De la misma manera que ensalzamos la figura de Ana Frank, la niña judía de Amsterdam, y eso no significa olvidarnos de los millones de judíos masacrados por un nazismo asqueroso.

No han entendido nada, y se empeñan en darnos lecciones de democracia. Es difícil meterse en la cabeza de estos nuevos políticos incapaces de poner una pancarta como si les molestase. No justifique la alcaldesa, amén de su sufrimiento por los asesinatos de Atocha, la no colocación. Ha sido un juego político deleznable que sólo ayuda a los etarras y desampara a las víctimas.

Claro que Miguel Ángel es una víctima más. Pero nuestra respuesta colectiva no fue igual. Ojalá hubiese sido igual cuando mataron a una niña de un bombazo en el cuartel de la Guardia Civil de Santa Pola. Pero fue con Miguel Ángel cuando despertamos como sociedad, cuando acabamos con nuestros miedos. Estábamos acojonados de enterrar guardias civiles, periodistas, militares, políticos; dijimos «BASTA YA».

Por eso no se entiende el silencio de algunos o el pasar de puntillas por ese clamor popular de hace veinte años. No es solo la pancarta. Mentira. Es intentar reescribir la memoria de tantas víctimas de ETA que fueron enterradas en silencio y sin clamor popular. Cualquiera que ponga una sola excusa para no venerar a todas y cada una de las víctimas de ETA tiene que volver a clase de democracia.

Lo decía espléndidamente Fernando Savater: «Lo que tienen que condenar los políticos es a ETA: la organización que quería acabar con la democracia. No la violencia, sino ETA. No sólo humanamente, sino políticamente».

Miguel Ángel Blanco éramos, somos, todos. Que haya habido alguno, o alguna, que no haya querido rendirle homenaje a él y al pueblo que salió a la calle contra ETA, sólo refleja podredumbre humana. Y dicen que son de izquierdas, que están con la gente, que quieren la paz? empiecen por la justicia. Miserable aquel que pone una sola pega para honrar a cualquier víctima de ETA.