Steven Spielberg me parece uno de los realizadores más importantes de la historia del cine, siendo suyas algunas de las más relevantes películas de los últimos tiempos, como La lista de Schindler, o Salvad al soldado Ryan, junto a otros filmes de un gran éxito y reconocimiento popular, como la película E.T. el extraterrestre que cuenta la historia de un chico solitario que se encuentra con un alienígena, abandonado en nuestro planeta por una nave que huye apresuradamente.

Y la fascinación inicial entre el chico y el extraterrestre deviene en una relación de amistad, que cambiará la percepción de la realidad del niño buscando ayudar al pequeño extraterrestre, de manera que la conexión entre ambos hará que descubra los sentimientos de inquietud y soledad, dirigiendo todos sus esfuerzos a que su amigo pueda volver a casa, antes de que lo capturen la policía y los científicos que le persiguen.

Y me parece que la conmovedora y emotiva historia de esa relación del niño terrícola y de su especial amigo espacial, es una magnífica oportunidad para reflexionar sobre la amistad, que es un sentimiento o lazo invisible que nos une a otros, y un vínculo de afecto que nace con personas que aparecen en nuestro camino, y que de manera casi mágica se convierten en necesarias en nuestra vida, para compartir experiencias y alegrías, seguridades y anhelos.

Cimentándose en valores como la sinceridad, la comprensión, la comunicación, la entrega y la capacidad de escuchar y de saber perdonar, fortaleciendo además nuestra autoestima y el placer de sentirnos acompañados, para lo que es esencial mostrar interés genuino por los otros, generosidad y afecto.

Y con el recuerdo del dedo iluminado, de la nave espacial, del humor infantil y tierno, de la frase «mi casa, teléfono», la bicicleta volando con el fondo de la luna, la ternura de las miradas y los gestos, la habitación llena de muñecas, ET disfrazado en Halloween, y la despedida de Eliott y el extraterrestre, empiezo de nuevo y otra vez a ver una de mis películas favoritas pensando en esa amiga tan querida que siento tan incondicional a mi lado, afectiva y positiva, leal y cercana, que me conoce tanto y que me escucha con tanto cariño y amor...

Esa amiga, evocando a Serrat, de quien ella y mi canto saben a quién nombro tanto.