Haciendo el parking de Maisonnave a finales de los años 80, la empresa Aguas Municipalizadas de Alicante, aprovechando que teníamos que construir un nuevo colector de 1 metro de diámetro y conectarlo con el colector general de la ciudad, un poquito por debajo de donde se encuentra la Cruz de los Caídos, decidió, con buen criterio, rectificar su trazado sacándolo debajo de un edificio que lo atravesaba por una de sus esquinas en el sótano y llevarlo plenamente a la vía pública. Unos años antes habíamos conseguido cimentar el edificio Cortefiel de una forma bastante ingeniosa y segura, como se demostraría durante los sucesos que tuvieron lugar unos años después, y relato ahora.

Hablamos un poco de memoria, pero creemos recordar que el colector general, se encontraba construido de mampostería y de una sección aproximada de 3 x 2 metros, con una bóveda de piedra como techo, teniendo como solían tener estos trastos, un ligero escalón como acera en un lateral de su base por donde poder andar en las inspecciones del mismo, dejando el resto como canal de circulación de las aguas sucias normales. Cuando se inició la construcción del inmenso pozo de registro, necesario para la conexión de nuestro colector con el colector general que se estaba desviando y que ya se encontraba parcialmente descubierto, se produjo, siguiendo nuestro sino particular cada vez que construimos algo subterráneo en la ciudad, una nueva gota fría de mil pares de puñetas, con las consecuentes riadas asociadas que nos llenó de agua el parking que estábamos construyendo (un inmenso canal de 800 x 16 x 6 metros) organizando lo que no está escrito, y poniendo patas arribas todo lo habido y por haber. En un plis-plas se produjo un considerable socavón en la zona del colector adyacente al edificio Cortefiel, al reventarse la bóveda del mismo cuando entró en carga sin tener tierras encima, y salir las aguas con una velocidad endiablada, arrastrando todo lo que se encontraba a su paso.

Trabajando codo con codo con los técnicos de Aguas Municipalizadas decidí no evacuar el edificio de Cortefiel, confiando plenamente en la cimentación que proyecté años atrás, y que habíamos construido para el mismo, pese a tenerla a la vista en el socavón que habían hecho las aguas. Juntos ideamos un sistema de reparación del colector reventado, que todavía debe encontrarse en servicio, logrando subsanar el problema en un espacio de tiempo muy reducido.

En el transcurso de la obra y en medio del trajín de camiones y retroexcavadoras de aquí para allá, recibo sorpresivamente la visita del fallecido alcalde de Alicante José Luis Lassaleta, acompañado de su teniente de alcalde Antonio Moreno, desgraciadamente también fallecido; ambos de PSOE. Lo que me propusieron los ilustres personajes me dejó absolutamente perplejo. Ya se venía barruntando en los medios que el PSOE tenía interés por aquel entonces en hacer desaparecer la Cruz de los Caídos situada en la avenida del Doctor Gadea, justo al lado del edificio de Cortefiel y a escasos metros de donde la riada nos había hecho el socavón al romperse el colector que se estaba trasladando. Incluso me habían propuesto que ideara un sistema para trasladar la Cruz de los Caídos al Cementerio, y ya estaba yo aquellos días dándole vueltas a la cabeza cómo hacerlo sin romperla, cuando se me presentaron los insignes políticos en la obra. No obstante, al socaire de ese barruntamiento, ya se había presentado en el lugar un ciudadano con cara de pocos amigos y me había espetado con voz amenazadora, que como se nos ocurriera tocar la Cruz «correría la sangre», y que «ya estábamos advertidos».

«Vamos a ver, Florentino», me dice Lassaleta con cara de estar jugando al póker, «queremos que como aquel que no quiere la cosa, simules un accidente con uno de los camiones o una de las máquinas de la obra y tires la Cruz de los Caídos al suelo». Como no podía creérmelo, le contesté: «Supongo que me lo estáis diciendo en broma». Pero naranjas de la china, la cosa iba en serio. Dado que ya empezaba yo a vislumbrar cómo se las gastan los políticos en estas situaciones, me puse lo más serio de lo que fui capaz y les dije que de acuerdo, que yo desmontaba o tiraba la Cruz siempre y cuando recibiera la orden por escrito. El alcalde, con un cierto cabreo, me preguntó: «¿Es que no te fías de mi palabra?». Decidí salir por peteneras: Vale, que todo está muy bien, que el que mandaba era él; pero yo seguía en lo mío sin apearme del burro, insistiendo una vez y otra en que me dieran la orden por escrito o la cruz no se tocaba. Desde luego, y lo tenía más claro que el agua, que no iba a ser yo el ingeniero que pasara a la historia de Alicante por haberse cargado la Cruz de los Caídos, mientras construía un parking para una empresa catalana. Ni hablar. Extremé todas la precauciones y, por si acaso, le dije a los palistas y chóferes que el que se acercara a la Cruz lo colgaba por los tobillos de la misma.

La Cruz todavía sigue en pie y ojalá siga así por los tiempos de los tiempos, porque no hace daño a nadie y sirve para recordar una guerra entre españoles que nunca debió existir.

Posdata: Me congratula que este capítulo del futuro libro que llevo entre manos tenga, gracias al señor Pavón, el final que hemos podido leer en el diario INFORMACIÓN, que la Cruz de los Caídos será respetada en los tiempos venideros.