Los roles de género asignan funciones, actitudes, capacidades y limitaciones diferenciadas a hombres y mujeres que la cultura vigente establece como atributos "naturales" de ambos sexos. Por su parte, la medicina ha producido y reproducido valores sociales hegemónicos que han servido para justificar y legitimar la situación de inferioridad y discriminación de la mujer. Es decir, la cultura no solo influye en el comportamiento de las personas, sino también en cómo se ha ido construyendo la ciencia y, por ende, la medicina. Así, nos encontramos en la actualidad con una medicina que podríamos calificar de androcéntrica en la que se ha usado al hombre como la norma y, a partir del él, se ha explicado a la mujer. Todo esto supone un problema grave y explica que los médicos no actúen de la misma manera cuando los pacientes son hombres que cuando son mujeres. Por lo que afirmamos que existe un perjuicio de género en medicina que, en general, afecta a las mujeres.

Esto ha supuesto una "invisibilidad médica" de la mujer en medicina, denunciada ya en 1991 por la doctora Bernardine Healy, que la bautizó como síndrome de Yentl en relación a la película de título Yentl. En ella, la protagonista, una joven judía, debe vestirse de hombre para poder estudiar. Healy planteó que ante un infarto las mujeres debían "disfrazarse" de hombres, es decir, debían presentar los mismos síntomas que ellos, para tener acceso al diagnóstico y tratamiento adecuados. El ejemplo paradigmático de esta invisibilidad es el de la enfermedad cardiovascular. Se ha demostrado que, aunque los hombres sufren más infartos que las mujeres, las mujeres se mueren más (un 26% de mujeres frente a un 19% de varones). Esto es debido, además de a la diferencia de edad del inicio de la enfermedad, a la existencia de diferencias en los síntomas y a un retraso en el diagnóstico en las mujeres con infarto; lo que conlleva un retraso también en el tratamiento. Además, solo a la mitad de las mujeres se le realiza un cateterismo cardíaco (que es un tratamiento del infarto). Es sorprendente el hecho de que esto se conozca desde 1991 y aún no se haya incorporado a la práctica médica.

Los síntomas de infarto en una mujer no suelen coincidir con los que todos conocemos de dolor en el pecho irradiado al brazo izquierdo. Es más común que presenten fatiga inusual, dificultad respiratoria, sudor frío o dolor en el abdomen superior. Difundir y compartir esta información es relevante porque, si las mujeres conocemos cuáles son los síntomas típicos, buscaremos antes ayuda médica contrarrestando ese retraso de demanda de ayuda médica.

Este perjuicio de género en el diagnóstico y el tratamiento tiene su origen en la investigación sesgada de la que se ha excluido sistemáticamente durante años a la mujer. Por lo que el conocimiento médico se deriva de resultados demostrados únicamente en hombres que, posteriormente, se han extrapolado a las mujeres asumiendo que las enfermedades son iguales en ambos géneros. Pero, como se está demostrando a partir de la inclusión, aunque tímida, de las mujeres en estudios de investigación, en este proceso se han cometido errores. Lo que implica que esta realidad se extiende a prácticamente todo el campo de la medicina, y no es exclusiva del infarto.

El androcentrismo también determina qué se investiga y qué no. Por ello, el estudio de las enfermedades más prevalentes entre las mujeres recibe menos financiación, como sucede con la fibromialgia, por ejemplo.

No cabe duda de que la existencia de este perjuicio es negativa, puesto que mantiene unas desigualdades de género injustas. Es importante que la sociedad conozca esta situación, pues de otra forma estaría participando de esa invisibilización (denunciada hace ya más de 20 años) que conlleva que todas las mujeres accedamos a los servicios de salud en condiciones de desventaja y de discriminación frente a los hombres.