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Joaquín Rábago

Mucho ruido y pocas nueces

El ruido lo proporcionaron, como es habitual, los jóvenes airados que no ven otra forma de manifestar su rechazo del sistema que levantando barricadas, incendiando automóviles, saqueando tiendas y desacreditando de paso a todo el movimiento de protesta.

Las nueces, muy pocas como ya se esperaba, las de los participantes en la reunión de los siete países más industrializados, más Rusia y la Unión Europea una representación de los emergentes, además de algún invitado permanente como España.

¿Van tan mal las cosas que se considera ya un éxito que el errático presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el autocrático Vladimir Putin, se sienten a una misma mesa aunque finalmente sólo acuerden un alto el fuego parcial en la disputada Siria?

¿O que los diecinueve se limitaran a tomar nota en el comunicado final de la cumbre del G20 de la decisión de Estados Unidos de abandonar el Acuerdo de París sobre el cambio climático, que por cierto no es vinculante, mientras el resto se comprometía a aplicarlo "rápidamente".

¿Podemos acaso felicitarnos de que se apostase por una "migración, regulada y segura" y de que al mismo tiempo se reconociese el derecho de cada país a defender sus fronteras?

¿Es esto aprobar lo que hacen, por ejemplo, Hungría o Polonia, que insolidariamente se niegan a acoger siquiera a un mínimo de los refugiados que llegan en masa al sur de Europa?

¿O que en el comunicado se rechazase el proteccionismo y se respaldase el libre comercio - ¡no faltaba más!- y que, en alusión sobre todo al acero chino, se dieran por buena la aplicación de "instrumentos legítimos de defensa comercial" ante "prácticas injustas"?

Ya sabíamos antes de la cumbre que la "America first" de Donald Trump está aislada en sus prácticas proteccionistas y no hacía falta la reunión de Hamburgo para sacarle los colores a alguien a quien todo eso y muchas más cosas parecen traerle al pairo.

Podríamos seguir con las obviedades del comunicado final, que reconoce que "los beneficios del comercio internacional y las inversiones no han llegado a todos" o la necesidad de acordar unos estándares de transparencia para "combatir la corrupción, el fraude fiscal, la financiación del terrorismo y el blanqueo de dinero".

¿Hacía falta para todo eso, se preguntan muchos, traer a Hamburgo de todos los países participantes a miles de personas, entre políticos, funcionarios y fuerzas de seguridad? ¿No habíamos quedado en que se trata de luchar contra el cambio climático?

¿No va siendo hora de reducir el formato de esas cumbres y al mismo tiempo implicar en ellas a la ONU para reforzar su representatividad porque ¿se puede considerar, por ejemplo, que el continente negro está suficientemente representado con la sola presencia de Suráfrica?

Finalmente, de la cumbre hamburguesa quedarán sobre todo en la memoria de muchos las escenas de destrucción y violencia protagonizadas por el llamado "bloque negro" y la incapacidad de veinte mil policías, llegados de todo el país e incluso de fuera, para ponerles coto.

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