Sacudidos como estamos en los últimos años por el drama de refugiados y migrantes forzosos que tratan de llegar hasta Europa en un continuo goteo de naufragios y muertes, parece que hayamos olvidado de nuestras preocupaciones la realidad cotidiana de muchos inmigrantes en nuestras ciudades y barrios, que luchan por abrirse paso ellos, aprendiendo a convivir y a ser nuevos ciudadanos en un país distinto, generando cambios y estrategias de supervivencia en la ciudad sobre la que están alimentando transformaciones de envergadura. Y es que los desplazamientos humanos en el mundo siguen siendo una realidad que viven con particular importancia las ciudades, contribuyendo así a transformar demográfica, económica, social, cultural y políticamente las zonas urbanas a lo largo y ancho del planeta.

Nuestras ciudades se han convertido en espacios multiculturales modelados por las migraciones que en ellas se viven, tanto por las personas que llegan hasta ellas, como por las que emprenden su marcha a otros países y terminan residiendo en otra ciudad, sin perder en ambos casos las relaciones con sus lugares de origen. Desde 2007, más de la mitad de la población mundial vive en ciudades y se espera que para 2020 la cifra se eleve a dos terceras partes. Los migrantes se dirigen a las ciudades con la convicción de que en ellas van a encontrar una nueva vida, más oportunidades y redes de apoyo para ellos y sus familiares, generando movimientos transfronterizos de gran alcance que la globalización estimula. Las tendencias anunciadas por las Naciones Unidas en su programa Hábitat demuestran que las urbes pequeñas y medianas van a ser los principales destinos de los inmigrantes en los próximos años, ciudades que en algunos casos, como sucede con Alicante y con otros municipios de la provincia, vienen acogiendo desde hace años a un número apreciable de migrantes que han generado cambios en las mismas, aunque en algunos casos no hayamos sido capaces de valorarlos adecuadamente.

Las respuestas a estos fenómenos son desiguales, existiendo por lo general una importante brecha entre las competencias y recursos nacionales frente a los locales, algo que se traslada también a las propias intervenciones que se dan en un nivel u otro. Así, los estados mantienen una visión cada vez más restrictiva del control de fronteras, de la gestión documental y de concesión de permisos de trabajo y residencia, del reconocimiento de reagrupación familiar o del derecho al asilo, por poner algunos ejemplos. Sin embargo, las administraciones locales tienen competencias clave para la integración social y ciudadana a través de los servicios sociales, en el acceso al sistema educativo, en políticas vivienda y en la gestión del padrón municipal, que se ha convertido en la herramienta esencial para el acceso a otros servicios básicos así como a la regularización y tramitación documental. Y esto plantea una llamativa paradoja en las políticas migratorias de países como España, donde el discurso y las decisiones estatales son crecientemente restrictivas, mientras que los dispositivos y la capacidad de acogida de las ciudades es cada vez más receptiva hacia los inmigrantes y la interculturalidad. Posiblemente el caso más llamativo lo constituyan en los Estados Unidos las llamadas «ciudades santuario», que se comprometen a acoger y ayudar a los inmigrantes indocumentados.

De manera que nuestras ciudades son mestizas, plurales, interculturales, transnacionales, espacios de acogida y de convivencia donde se desarrollan procesos de un enorme calado, que con frecuencia pasan desapercibidos a pesar de su trascendencia. Ni siquiera los trabajos de planificación e intervención urbanística que habitualmente se desarrollan sobre ellas incorporan estas variables en su andamiaje metodológico de manera adecuada. Y no hablamos de contar población migrante, como habitualmente se hace, sino de responder a preguntas de mucho mayor impacto.

Por ejemplo, me pregunto si alguien en nuestro Ayuntamiento puede responder a cuestiones esenciales para la ciudad como ¿qué procesos de inserción urbana está desarrollando la población inmigrante?, ¿qué prácticas y usos sobre el espacio urbano están llevando a cabo y con qué consecuencias?, ¿qué dinámicas de movilidad geográfica están protagonizando?, ¿qué tipologías residenciales caracterizan a los migrantes y por qué?, ¿qué expresiones culturales e identitarias desarrollan y cómo conviven con la población autóctona?, ¿qué dimensiones socioestructurales y afectivas tienen sobre la ciudad?, ¿cómo participan y conviven con otras nacionalidades, con vecinos de toda la vida, con tradiciones y prácticas históricas de la ciudad?, ¿cómo influyen sus expresiones religiosas en sus procesos de incorporación social o exclusión?, ¿a qué se dedican las asociaciones de inmigrantes y qué contribuciones reales tienen en la convivencia?, ¿qué efectos ambientales tienen los migrantes residenciales?, ¿cómo se gestionan los espacios públicos crecientemente etnificados y qué papel desempeñan?, ¿qué redes de socialización y apoyo tienen? y, desde luego, ¿cuántos negocios, comercios y actividades económicas promovidas por migrantes hay, qué tipología tienen y qué papel desempeñan?

Me temo que no hay respuestas porque ni siquiera se ha comprendido la importancia de abordar estas preguntas.

@carlosgomezgil