Es el momento de subir los salarios en España», lo ha dicho la ministra de Trabajo, Fátima Báñez. Licenciada en Derecho y en Ciencias Económicas desde hace veinticinco años. Debe saberlo, y digo yo que lo habrá aprendido más que por el ejercicio profesional -que no lo tiene- por los años, casi los mismos, que lleva en el Congreso como diputada. Me ha recordado a otro ministro de Trabajo que a mitad del siglo pasado subió por decreto los sueldos de todos los trabajadores españoles, fue el falangista franquista, José Antonio Girón de Velasco; la capacidad adquisitiva de los españoles no subió, porque la inflación lo compensó enseguida. Después del desaguisado decreto lo cesó Franco y los tecnócratas del Opus encontraron la ocasión de ganarse el favor del dictador y poner en marcha sus planes de desarrollo.

Báñez dice que es el momento de subir los salarios en España a raíz de los buenos datos de empleo que se vienen registrando. Argumenta que la demanda fortalece la recuperación «integradora» del trabajo tras la crisis y pide a los agentes sociales, que cierren «cuanto antes» el acuerdo de subidas salariales para 2017. Si realmente lo cree, lo tiene fácil: que anule el decreto de reforma laboral. Mientras los sindicatos negocien con la espada de Damocles del descuelgue de convenios, de la precariedad, el despido barato, que los trabajadores que se rigen por convenios sean cada vez menos, la negociación colectiva se hace en una situación de desigualdad. Los trabajadores lo hacen en un marco jurídico y social que coloca a los sindicatos en inferioridad y convierte los acuerdos en papel mojado. Si de verdad lo cree, lo tiene fácil -como le han dicho desde UGT y CC OO-: que empiece por subir los sueldos de los empleados públicos. Montoro prevé un incremento del 1% y una inflación del 2,5%, vamos, que suben los sueldos nominales pero siguen perdiendo poder adquisitivo, como la gran mayoría de los trabajadores. O, como ha sugerido el presidente de la CEOE, Juan Rosell, hay que subir más los salarios más bajos. También lo tiene fácil, basta con que el Gobierno suba el salario mínimo interprofesional (SMI) por encima de la inflación.

La tarta del producto nacional se repartía hasta la crisis casi en mitades entre sueldos y salarios de una parte y el «excedente» o beneficios empresariales por otra. Desde la reforma laboral los beneficios han crecido en torno al 6% mientras los ingresos de los trabajadores se han reducido y perdido poder adquisitivo, también porque uno de cada cinco está parado, y la mayoría no cobra desempleo; también han perdido en «salario diferido» porque han bajado la cotización a la Seguridad Social y descapitalizándola, y ahora endeudándola. Por eso crecemos al 3%, pero se mantienen las desigualdades, y por primera vez hay trabajadores que aún teniendo empleo no llegan a fin de mes.

El modelo de salida de la crisis se asienta en salarios bajos, controlados. Competimos en eso con los países del este europeo, y en casos hasta con China, lo que facilita las exportaciones. El turismo, favorecido en gran medida por la inestabilidad en el norte de África, es el creador de empleo y divisas. En el modelo económico franquista, además del turismo, la principal fuente de divisas eran las exportaciones agrarias -entonces la naranja- que permitían equilibrar la balanza de pagos. Hoy las industrias agrarias y ganaderas se han transformado, aunque sigan dependiendo mucho de los salarios bajos y de la Política Agraria Común (PAC).

El valor añadido se asienta en gran parte en retribuciones bajas, el modelo es regresivo, por eso Báñez cree que tanto sindicatos como la patronal deben tener en cuenta que la subida de salarios debe ser compatible con la ganancia de competitividad. Han perdido peso las empresas de mayor valor añadido, las tecnológicas; los trabajadores más cualificados se van, las inversiones en investigación se reducen. La competitividad se asienta en salarios bajos.

Las retribuciones no son sólo coste, son también la demanda nacional. La negociación colectiva es la funcionalidad de sindicatos y empresarios en el sistema de mercado. Al mantener bajos los salarios por la crisis y la reforma laboral, es el turismo exterior -tambien las exportaciones- el que demanda lo que producimos, lo que los españoles no podemos comprar porque los salarios no lo permiten. Nos orientamos a atender la demanda externa, cuando dejamos necesidades básicas sin cubrir aquí. Empezamos a trabajar como chinos para el exterior rico.