Piense por un momento en la persona o personas que más quiere en el mundo. La inmensa mayoría de los que son padres habrá pensado en sus hijos. Sin embargo, por extraño que les parezca, algunas personas no se rigen por los mismos sentimientos habitualmente comunes a todos, ni tampoco por la misma forma de actuar. El que más y el que menos tiene prohijados a los sobrinos, a los amigos de los hijos e incluso a los periquitos que llegaron a casa como regalo de comunión del más pequeño de la casa. De ahí que nos sacudan noticias como la del parricida de Moraña (Pontevedra), que asesinó a sus dos hijas pequeñas con una radial a sangre fría. Pobres angelitos. En la vista del juicio celebrado en estos días confesó los crímenes, con una cachaza pasmosa. Dijo estar arrepentido, pero no se veía en él abatimiento, amén de que reconocía que estaba en sus cabales cuando cometió los crímenes. Una magistrada que lo juzgó parecía con ganas de raparle al cero a Oubel el pelo de fantoche que lleva y al fiscal se le quebró la voz y no pudo concluir el informe final, lo que es lógico porque cualquier persona normal entraría en shock ante estos hechos horrendos. Y es que éste es uno de los crímenes más execrables que pueda cometer una persona. El caso recuerda al de otro monstruo, Bretón, que también se deshizo brutalmente de sus hijos por venganza hacia su exmujer.

En el caso de Oubel, y ante la atrocidad de los hechos, el tribunal le impuso la pena de prisión permanente revisable al tratarse de un caso especialmente grave, siendo ésta la primera vez que se aplica en España esta pena, por la que el parricida confeso estará al menos veinticinco años en prisión. A mí me parece poco tiempo la verdad, porque yo en este caso tiraría la llave de la celda al mar. Concepción Arenal, la gran escritora y feminista, dijo aquello de «odia al delito y compadece al delincuente», pero hay casos como éste en que no podemos compadecernos del delincuente, sino de la pobre mujer a la que han arrebatado violentamente a sus niñas. De ahí que no podamos por menos que felicitarnos de que nuestro sistema, en ocasiones excesivamente beneficioso para los delincuentes, haya caído con todo su peso sobre el delincuente. Recuerden la cara de tontos con que nos quedamos la mayoría cuando el asesino de tres guardias civiles y autor del secuestro de Ortega Lara, Bolinaga, salió de prisión y anduvo tan ricamente de bar en bar durante más de dos años, hasta su fallecimiento. Son errores graves que quiebran la confianza de los ciudadanos en la justicia y que no se deben repetir.