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Camilo José Cela Conde

A menos de tres meses de la anunciada consulta independentista del 1 de octubre

Quedan menos de tres meses para que llegue el 1 de octubre y las espadas siguen en lo alto, en el mismo punto al que llegaron cuando se hizo evidente que el Govern de la Generalitat estaba dispuesto a sacar adelante el referéndum incluso si no existía acuerdo para convertirlo en legal. Ni la llamada operación Cataluña logró que la interlocutora nombrada por Rajoy, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, avanzase un solo milímetro hacia un compromiso, ni hay sobre la mesa alternativa alguna acerca de qué hacer desde Madrid, salvo en aquello que supone la intervención de los tribunales y la proliferación de artículos destinados a explicar que tanto el referéndum como una declaración de independencia serían ilegales. Pero ningún editorial ni ningún columnista, por prestigioso que sea, convencerá a un solo soberanista con tales argumentos. Que el camino emprendido por el pacto independentista es ilegal no lo ignora ni el más sectario de los que reniegan de la pertenencia a España. Que más allá de la ley viene el caos tampoco viene de nuevas a nadie. Pero a lo largo de la Historia son muchos los episodios que, por medio de ese caos, alcanzan un nuevo orden legal desobedeciendo y combatiendo el que imperaba en la época anterior.

En mi opinión, que no tiene por qué convencer ni interesar a ningún lector, quienes desde el Gobierno tienen la obligación de velar por el cumplimiento de la ley deberían haber emprendido hace tiempo el camino contrario al que han seguido: el de entender por qué los soberanistas catalanes se arriesgan a una aventura de final tan dudoso y, una vez entendidas las razones, el de la búsqueda de un nuevo acuerdo -con los necesarios ajustes constitucionales- que permita superar el Estado autonómico. Porque quien crea que los tribunales y los poderes públicos pueden resolver el conflicto se equivoca de medio a medio. El problema de raíz seguirá ahí, más o menos larvado, incluso con todo el Govern de Puigdemont en la cárcel. Más allá de la ley está el caos. Pero una ley incapaz de evitarlo sirve de poco y tanto el desafío soberanista como el primer amago en el mismo sentido que viene de Euskadi demuestran que el binomio de las leyes actuales y los jueces no impiden el caos al que ya hemos llegado. Cualquier referéndum, incluso uno lleno de agujeros y sin las menores garantías, en el que el número de participantes suponga una parte menor de la población catalana, dará alas al independentismo. La prohibición por la fuerza de su celebración, también. Y entre tanto las versiones que llegan de la constitución de la república catalana en ciernes son cada vez más inquietantes. Deberían serlo hasta para los propios soberanistas. Si eso no es el caos, que venga Dios y lo vea. La pregunta que nadie sabe contestar es lo que sucederá si llegamos al 1º de octubre sin que se haya avanzado un ápice para evitar que ese caos llegue a su cumbre.

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