Escuché hace unas semanas a una coach en un congreso que uno de los tres valores más importantes para una persona es la creatividad. Los otros dos, según expuso, son el humor y el amor. Y lo cierto y verdad es que no iba muy desencaminada, ya que por encima del dinero y otros «valores» que las personas pueden llegar a pensar cuando se les pregunta por los tres más importantes, los dos primeros resultan obvios para conseguir la felicidad, pero el tercero no fue adivinado por quienes eran interrogados. Porque no se te ocurre pensar en la creatividad como un valor esencial en la condición humana. No obstante, si te pones a pensar caes en la cuenta de la verdad que encierra ubicar a la creatividad de las personas dentro de los tres valores que podrían seleccionarse más relevantes.

En la vida, en el trabajo y en cualquier contexto que queramos imaginarnos es cierto que quien es creativo avanza y da pasos hacia adelante, y quien no lo es se queda quieto y parado. Pero la creatividad es un don y no es algo que se «pueda conseguir», porque hay gente incapaz de crear. Por eso, la máxima de la coach de reunir las tres es bastante difícil, y luego puede haber gente que sea creativa, pero tenga mal carácter y esto te resta eficacia y «saber llegar». Luego hay personas que dicen que son creativas, o que van a crear y avanzar en su actividad, y luego no lo hacen. Pero, o porque no valen para crear, porque no son imaginativos, o porque ni tan siquiera hacen un mínimo esfuerzo en detenerse a pensar qué deben hacer para apostar por avanzar en ideas que aporten aspectos positivos a su entorno y a la sociedad. Por ello, si nos detenemos en considerar si la coach estaba en lo cierto, la verdad es que debemos llegar a una respuesta muy afirmativa. Porque las sociedades han ido evolucionando en la medida en que contaban con personas que eran creativas y aportaban en su entorno aspectos novedosos que hacían mejorar las condiciones de trabajo y la respuesta que en su entorno laboral daban cuando creaban. Pero se crea cuando una persona se detiene a detectar en su trabajo y en su vida qué es lo que hace falta a su alrededor, o en qué medida se está fallando. También se crea cuando se tienen ganas de trabajar y avanzar, porque hay personas que no crearán nunca al vivir en la línea del sedentarismo intelectual y de las ganas de avanzar y aportar cosas a la sociedad, y los hay, también, que no permiten que en su entorno nadie aporte tampoco, lo que ya se sitúa en la máxima expresión del negativismo intelectual, porque no solo no aportan, sino que también restan, por lo que el daño que causan a la sociedad es todavía mayor.

Por la creatividad hay algunas personas que apuestan y se rodean de personas positivas de las que saben que van a sacar su máximo jugo para que su equipo sea competitivo, positivo, eficaz y eficiente. Hay otros que se rodean de personas que no les aportan nada, pero las prefieren porque no está en sus objetivos hacer nada creativo y mejorar el rendimiento de su vida personal y laboral, sino que se limitan a estar. Y no quieren ni aspiran a ser mejores, a hacer mejores a los demás, ni a que lo que les rodea avance, sino que viven en el sedentarismo creativo. Ni aportan ni dejan que otros lo hagan.

La historia de las civilizaciones y las sociedades han conocido a ambos tipos de personas. Y las que han evolucionado han sido las que elegían a las primeras y se han venido abajo y han entrado en graves crisis económicas y de identidad las que apostaban por las segundas. Y ello, a sabiendas de que estas últimas nada iban a aportar. Porque la razón de la coach en apostar por la creatividad como un valor esencial en la sociedad no debe dejarse en saco roto. Y elegir a la creatividad entre los tres valores más relevantes del ser humano es apostar por avanzar, por ser mejor cada día, por creerte que puedes conseguir cualquier cosa y por saber que si creas serás mejor y harás mejores a los demás.