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Joaquín Rábago

El gas como arma política

Que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, haya aceptado la invitación polaca de visitar ese país del Este de Europa antes de asistir a la cumbre del G20 bajo presidencia alemana es toda una declaración política.

Los medios occidentales acusan continuamente a la Rusia de Vladimir Putin de tratar de dividir a la UE, pero no parece ser otra tampoco la intención de Trump al comenzar su visita a Europa por un país que sólo proporciona últimamente quebraderos de cabeza a Bruselas, pero también a Berlín.

La Comisión Europea ha acusado reiteradamente al Gobierno ultranacionalista polaco de, entre otras cosas, presionar a jueces y medios de comunicación, violando así la letra y el espíritu de la democracia.

En esa guerra larvada entre Varsovia y Bruselas, los polacos han querido utilizar la presencia de Trump para marcar claramente distancias frente a una Unión Europea a la que acusan de llevar a cabo una auténtica "cruzada" contra su país.

Y en esa guerra el gas es un arma política importante: Polonia quiere reducir cuanto antes su dependencia del gas ruso y para ello confía en que empresas de EEUU participen en la construcción del llamado "Baltic Pipe" (Gasoducto del Báltico).

Se trata de un gasoducto que a partir de 2022 llevaría sobre todo el gas noruego a través de Suecia y Dinamarca hasta Polonia, país al que convertiría en un actor importante en el mercado energético europeo.

Polonia depende actualmente del gas ruso al igual que las tres repúblicas bálticas, la República Checa, Eslovaquia, Austria, Hungría, Eslovenia, Croacia, Rumanía y Bulgaria, países todos ellos signatarios de la llamada Iniciativa de los Tres Mares (los situados entre el Adriático, el Báltico y el Mar Negro).

Pero el Gasoducto del Báltico tiene un poderoso rival: el gasoducto Nordstream-2, proyecto del gigante energético ruso Gazprom , que impulsan Rusia y Alemania y preocupa a Polonia sobre todo porque deja al margen a Ucrania y vuelve a Europa más vulnerable a las presiones de Moscú.

Con la Iniciativa de los Tres Mares y concretamente el Gasoducto del Báltico, la nacionalista Polonia aspira a ocupar un papel mucho más central que hasta ahora en esa parte de Europa, algo que parece gustar todavía menos a sus vecinos, checos incluidos, que la propia hegemonía germana.

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