Este año Madrid ha sido el referente mundial del orgullo. Más de dos millones de personas se citaron en la capital para participar en el desfile que tuvo lugar el uno de julio en el barrio de Chueca y en algunas de las principales calles de la ciudad. Bajo la bandera del arcoiris y lemas de igualdad, libertad y no discriminación; con vivas a la vida, lesbianas, gais, bisexuales, transexuales y heterosexuales consiguieron que Madrid, por unos días, fuese la capital mundial de la tolerancia y del amor. Llegado el final de la manifestación, el final de la celebración, y tal y como cantaba Serrat allá por 1970 en su canción Fiesta: «? con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas. Se despertó el bien y el mal, la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal y el avaro a sus divisas. Se acabó, el sol nos dice que llegó el final, por una noche se olvidó que cada uno es cada cual».

Haciendo buena la visión del cantautor y acabada la gran fiesta madrileña, los participantes volverán a su día a día, volverán al trabajo, a la rutina y serán muchos, muchos más de los que una sociedad civilizada pueda soportar, los que volverán a su anonimato, volverán a la celda que con nuestra intolerancia les hemos construido y en ella se volverán a encerrar por dentro. No es para menos. Las encuestas siguen siendo demoledoras. Alrededor del 6% de jóvenes españoles entre 15 y 29 años (unas 540.000 personas) son gais, lesbianas, bisexuales o transexuales y no están por la labor de expresarse en libertad y más sabiendo que el Centro de Investigación Sociológica, el CIS, advierte de que mayoritariamente los homosexuales en España «han sentido en algún momento exclusión por su condición sexual o incluso violencia física».

Debemos preguntarnos de dónde procede ese odio, ese temor hacia seres humanos cuyo único «pecado» es amar a otro semejante del mismo sexo. Según Petter Buckman, profesor de la Universidad de Oslo, el comportamiento homosexual es muy común en multitud de especies animales como osos, gorilas, leones, delfines y pingüinos por citar algunos. En todas ellas hay un patrón común que es la indiferencia del resto de la comunidad ante este tipo de conductas sexuales. El ser humano es la única especie animal donde coexisten la homosexualidad y la homofobia. Sociológicamente la homofobia como fenómeno es de origen variado, engloba muchos niveles y tipos de discriminación y prejuicio. Existe la homofobia sexista, donde los hombres discriminan más a otros hombres que no cumplen con el patrón de masculinidad dominante; como si el comportamiento «femenino» de los homosexuales pusiera en entredicho su propia virilidad. Nos encontramos con homofobia tradicional de género que señala cómo «deben» portarse los hombres y las mujeres. La homosexualidad quebranta las normas, rompe la tradición e inmediatamente genera rechazo. Tenemos homofobia religiosa siendo Santo Tomás de Aquino uno de sus abanderados cuando con el argumento de que el único fin de la sexualidad es la procreación; tacha a la homosexualidad como la manifestación más grande de lujuria. Personas que consideran el placer sexual como un pecado, rechazan por principios al homosexual y promueven su rechazo en sus familias o comunidades.

Podemos seguir relatando causas que provocan la condena a conductas sexuales consideradas «anormales», pero todas coinciden en que la homofobia no es una reacción psicológica involuntaria, sino una actitud basada en la ignorancia, el odio y el rechazo. Y así como se aprende, se puede desaprender. Así como tiene un origen, puede tener un fin. Y el fin de la homofobia pasa por la educación en las aulas. Y la educación sigue siendo una voluntad política. Así que, señores y señoras representantes de la ciudadanía española, cuando ustedes quieran; cuando ustedes decidan, por desgracia no a corto plazo, dejaremos de necesitar un día reivindicativo como el del orgullo gay.