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Cuando toque mojarse

La respuesta del presidente del Gobierno español al referéndum convocado en Cataluña

El gobierno de Cataluña ha presentado en un teatro el borrador de la ley que regulará el referéndum para la independencia convocado para el 1 de octubre. Aparentemente, es una ley perfecta porque resuelve con asombrosa facilidad todas las objeciones jurídicas que pudieran oponérsele desde el Estado español y desde alguna otra instancia. En primer lugar porque se sitúa jerárquicamente por encima de la Constitución Española, del propio Estatuto de Cataluña y hasta de cualquier otra normativa europea o internacional que pudiera ser de aplicación a este caso. En segundo lugar porque da garantías de impunidad a todas las autoridades, personas o empresas que participen en la preparación y celebración de la consulta a sabiendas de que contravienen la legalidad vigente. Y en tercer lugar porque establece como justo título para conseguir la independencia de Cataluña un mínimo resultado favorable al margen de cual sea el nivel de participación ciudadana en la consulta. Luego, transcurridas 48 horas, se proclamaría la República Catalana en el Parlament y aquí paz y después gloria.

El acontecimiento tendría repercusión internacional (ya lo dijo Puigdemont: "Daremos un ejemplo al mundo"). En 1977, Adolfo Suárez tuvo el atrevimiento de traer de Francia al ultimo presidente de la Generalitat en el exilio, el "molt honorable" Josep Tarradellas, restaurando en cierto sentido la legalidad republicana, y ahora, en 2017, habremos alcanzado al fin la independencia sin disparar un tiro. Atrás quedan, como un recuerdo ominoso, la guerra de Sucesión, la Semana Trágica de Barcelona, el pistolerismo de distinto signo, las luchas sociales, la revolución de Octubre de 1934, la guerra civil y la represión franquista. Y todo eso, gracias a la habilidad de unos políticos audaces y a la finura intelectual de unos jurisconsultos que con solo papel y lápiz han sabido encontrar la forma de salir indemnes de este laberinto.

Por eso mismo, en medio de ese idílico paisaje, no se entiende la reacción de la vicepresidenta del Gobierno español, Soraya Sáenz de Santamaría, ni de la ministra de Defensa y secretaria general del PP, Dolores de Cospedal. La primera alardeando de parar el proceso secesionista en solo 24 horas con otro recurso ante el Tribunal Constitucional, y la segunda, nada menos que con una invocación al Ejército y al papel que le reserva la Constitución a la hora de defender la soberanía e independencia de España y su integridad territorial. ¿Y el señor Rajoy? Pues el señor Rajoy (que podría pasar a la Historia como el primer presidente de la "España demediada"), a lo suyo y a esperar a la puerta de la Moncloa que vayan pasando los cadáveres de sus muchos enemigos, a medida en que se acerca el momento de las grandes (y puede que también irreparables) decisiones. O dicho en otras palabras, cuando toque mojarse. Como acaba de ocurrir con el consejero de la Generalitat señor Jordi Baiguet, destituido fulminantemente por haber expresado en público su temor a la reacción del Estado en el momento que se trate de realizar el prometido referéndum. Baiguet fue muy expresivo al aludir a los riesgos sobre su patrimonio.

Y el señor Rajoy, a lo suyo y a esperar a la puerta de la Moncloa que vayan pasando los cadáveres de sus muchos enemigos

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