La violencia y la agresión humanas tienen un alto coste para la sociedad por lo que se siguen buscando predictores y causas que generan tales conductas. La ciencia busca los factores biológicos que predisponen a la violencia.

Charles Whitman, después de llevar una vida normal, de pronto un día se subió a una torre y comenzó a disparar matando a 13 personas. En su nota de suicidio solicitaba que se le hiciese la autopsia para ver si había algún cambio en su cerebro como sospechaba. En efecto, su autopsia reveló que tenía un tumor en el cerebro que le comprimía la amígdala, la cual regula las emociones, sobre todo el miedo y la agresión. ¿Este padecimiento tumoral le impedía ser responsable de sus actos o sólo le inducía a serlo? ¿Debería habérsele considerado culpable o no culpable por las muertes provocadas?

Aproximadamente la mitad de la población, por un lado, es portadora de ciertos genes, y, por otro lado, hacia la mitad de su gestación produce mucho más de cierta hormona, todo lo cual hace que, según las estadísticas, tengan en torno al 900% más de probabilidades de cometer agresiones violentas. Estos genes se resumen en el cromosoma Y que tienen los varones. Este hecho biológico, ¿debería hacer que los hombres sean menos culpables que las mujeres por sus actos violentos debido a su mayor predisposición natural?

Hay cuatro categorías importantes de trastornos cerebrales en los que la libertad y la responsabilidad están comprometidas: las psicosis (la más común y grave de ellas es la esquizofrenia), los síndromes obsesivos compulsivos (trastorno bipolar), la drogadicción y el trauma lóbulo frontal (Joaquín M. Fuster, "Cerebro y libertad", Planeta, 2014).

La propensión a la agresividad está asociada a la falta de control sobre respuestas emocionales negativas y con la incapacidad de comprender las consecuencias negativas de ese comportamiento. Realizar un acto violento consciente supone tomar una decisión. Tanto la toma de decisiones como la valoración de sus consecuencias tienen un fuerte componente emocional (Luis Carretié Arangüena, "Anatomía de la mente", Pirámide, 2016). La toma de decisiones depende de áreas cerebrales involucradas en el control de las emociones (Facundo Manes y Mateo Niro, "Usar el cerebro", Paidós, 2015). La racionalidad humana es bastante limitada y está sujeta a importantes sesgos como han demostrado Amos Tversky y Daniel Kahneman. Por ejemplo, está comprobado que las personas guapas reciben condenas judiciales más leves que las feas por delitos similares, debido al sesgo halo de suponer que el guapo también es mejor persona.

Se ha demostrado que la probabilidad de tener un trastorno de personalidad antisocial es mayor si las anomalías cerebrales se unen a experiencias adversas (infancia en entornos violentos, hogares desestructurados, etc.). Es decir, que ni solo la biología, ni solo el entorno determinan la personalidad. En resumen, vivimos con distintas propensiones a tener un comportamiento agresivo en función de: a) el sexo, b) la herencia genética y c) el alimento recibido en la placenta así como el consumo de alcohol, tabaco, drogas y medicamentos por nuestra madre durante el embarazo. Adicionalmente, pueden surgirnos enfermedades neurológicas o accidentes que condicionan nuestro comportamiento. Como no hemos elegido todos estos factores que afectaron a la formación de nuestro cerebro, la idea de libre albedrío y la de responsabilidad personal están seriamente cuestionadas.

La mera actividad delictiva quizá debiera considerarse una prueba de anormalidad cerebral (David Eagleman, "Incógnito", Anagrama, 2016). Un estudio indica que un 90% de los jóvenes detenidos padecen trastornos psiquiátricos, mientras que otro determina el mismo diagnóstico para el 65% de los menores llevados a juicio.

En teoría las penas de cárcel tienen doble finalidad: reinsertar a los delincuentes y desincentivar el delito. Pero, castigar con la cárcel a enfermos mentales suele mejorar muy poco su comportamiento. No todos los individuos o mejor dicho no todos los cerebros son iguales. De hecho, la propia ley hace distinciones en este sentido a la hora de establecer penas. Así, los menores de edad, las personas deficientes mentales, quienes llevan a cabo actos delictivos estando sonámbulos tienen una consideración de culpabilidad claramente distinta a la de las demás personas. Lo que ocurre es que estas distinciones son claramente insuficientes.

Desde el punto de vista neurocientífico, en la mayoría de los casos se puede hablar de predisposición hacia la delincuencia, pero no de determinismo, lo que supone que generalmente el cerebro de las personas "peligrosas" reacciona de forma distinta al de las personas "normales" ante el sufrimiento ajeno, pero eso no obliga a aquellas a tener comportamientos delictivos.

Conocer mejor las patologías del cerebro que generen comportamientos delictivos no debe suponer que los delincuentes deban estar libres en la calle debido a su peligrosidad social. Pero dicho conocimiento permite no tratar como culpables a quienes no lo son realmente, siendo realmente víctimas de problemas no controlables.

Los conocimientos vigentes sobre el funcionamiento del cerebro pueden ayudar a discernir en determinadas situaciones si un delincuente es responsable, es decir, si actúa libremente, o si no es responsable. Pero estos avances, siendo muy importantes, actualmente solo permiten arañar estas cuestiones relacionadas con cómo tomamos decisiones y si somos realmente libres. Se sabe que el deterioro de los lóbulos frontales del cerebro provoca comportamientos insociales como: robar, orinar en público o silbar en medio de una conferencia, pero se precisa un mayor conocimiento del que ahora se tiene sobre el funcionamiento del cerebro para poder discernir claramente cuando los comportamientos antisociales graves son causados por factores no controlables (patologías o enfermedades) o cuando son determinados libremente por el sujeto.

Actualmente la neurociencia es aún bastante primitiva, aunque ya se pueden leer y grabar pensamientos simples del cerebro en vivo, registrar algunos recuerdos, mover brazos mecánicos con la mente, silenciar regiones concretas del cerebro con magnetismo, identificar zonas cerebrales que funcionan mal. Pero todavía parece que se está lejos de poder saber con certeza si alguien miente o no, aunque ya se sabe con una probabilidad bastante alta pero no válida.

Las previsiones apuntan a que observando el cerebro en un futuro no lejano se pueda saber con certeza si alguien miente o no. Si esto llega a ocurrir supondría que la justicia y los investigadores criminales no tendrían necesidad de usar testigos ni otras pruebas indirectas poco fiables. Pero lo más importante es que la mayoría de las sentencias serían correctas sólo con preguntar a los acusados. Ante el requerimiento del juez el acusado podría mentir, decir la verdad o no contestar, todo lo cual sería indiferente una vez que se pudiese "leer" su cerebro para saber si es culpable o no. El ahorro de tiempo y de sentencias erróneas sería inmenso y el beneficio para los, de otra forma, acusados erróneamente también sería elevado.

Las previsiones apuntan a que observando el cerebro en un futuro no lejano se pueda saber con certeza si alguien miente o no. La mayoría de las sentencias serían correctas sólo con preguntar a los acusados