Las elecciones internas del PP recuerdan un poco a batallas entre señores feudales: gane quien gane, siempre pierde el pueblo llano. Sin embargo, es importante analizar los términos en que se libran esas guerras y el modo en que se debilitan los señores que las libran, pues tal vez puedan abrir horizontes de oportunidad para los plebeyos que las sufren.

Durante mucho tiempo, en Orihuela, como en el resto del territorio valenciano, el PP ha demostrado una brutal capacidad para confundir el partido con las instituciones así como sus intereses privados con los públicos. De hecho, para analizar al PP oriolano, hay que pensarlo como algo más que un «partido». Más bien se trata de una compleja red de lealtades, alianzas y reparto de poder arraigada tanto en el poder institucional, como en una parte significativa del tejido socio-económico y cultural del municipio. Desde 1983 (siendo todavía AP) el PP ha sido ininterrumpidamente el partido más votado en todos los comicios, con tasas de apoyo superiores al 60% en algunos casos. Todo ello mientras urdía redes clientelares muy densas que se materializaban no sólo en el Ayuntamiento, sino en numerosas empresas, centros de trabajo y espacios culturales o deportivos.

Es decir, el PP no es sólo el partido que más años ha gobernado el Ayuntamiento de Orihuela, sino el que ha ordenado y controlado buena parte de la vida de los oriolanos. Es importante entender esto último. Sería un error de bulto pensar que todos y cada uno de los afiliados y/o votantes del Partido Popular, lo son porque apoyan sinceramente el proyecto ideológico que representa. En absoluto, hay mucha gente «secuestrada» en las dinámicas internas del PP bien por miedo o bien por supervivencia. No pocas personas sienten todavía que es «el partido» el que decide quién trabaja o no en determinadas empresas; quién recibe, o no, determinadas subvenciones e, incluso, quién accede a determinados «puestesicos». En Orihuela, hay personas nada sospechosas de «ser de derechas» que han llegado a aproximarse a NNGG y el PP como quien se apuntaba a una Empresa de Trabajo Temporal o una agencia de colocación: es decir, por una mezcla de miedo y anhelo de encontrar un escape individual al paro o la precariedad colectiva.

Sin embargo, analizar la reciente asamblea del Partido Popular oriolano en perspectiva histórica permite alumbrar una cierta esperanza colectiva para el municipio. En las elecciones municipales del año 2007, poco antes del «fin de la fiesta» neoliberal, el PP obtuvo 14.000 votos -casi un 45%-; cifras muy próximas a las que repetiría en 2011. Año en el que, de hecho, aumentó hasta las 14.700 papeletas. Fue la aritmética electoral y, sobre todo, la división interna de grandes «capos» del PP, lo que llevó al auge del Centro Liberal Renovador, (hoy reconvertido en Cs), que a la sazón prefirió apoyar, por una mezcla de despecho y pragmatismo, a un alcalde verde cuyo mandato bloquearon e intentaron destruir por (casi) todos los medios.

Pero, si en el año 2008 estalló la burbuja económica, en el 2011 estallaría la «mental», dando lugar a un proceso de rebeldía y repolitización al que Orihuela no fue ajena. De hecho, mucha de la gente que participó en el 15M oriolano, hoy es protagonista en Cambiemos o en otros espacios sociales, deportivos y culturales de cuño transformador. Desde entonces, aunque con más lentitud de la deseada, los viejos dominios vienen resquebrajándose. Es importante no olvidarlo: si Mónica Lorente obtuvo 14.700 votos en 2011, Emilio Bascuñana se quedaría en 10.600. Perdiendo 9 puntos porcentuales.

Hay quien atribuye esa caída a la torpeza política del actual alcalde y sus acólitos. No dudo que sea una variable importante. Pero el desgaste del PP no se explica sólo por el nombre de sus dirigentes sino, sobre todo, por el agotamiento de su modelo. Otro dato: las elecciones internas que Pepa Ferrando ganase frente a Bascuñana en 2012 contaron con más de 2.200 participantes. Esta vez han sido poco mas de 1.000. De sobra son conocidas las trampas que recorren los censos en cualquier proceso del PP pero, en todo caso, hay una reducción significativa en la masa social implicada.

Lo que intento poner de manifiesto es que la falta de horizonte de futuro, el deterioro electoral y la especial virulencia interna del PP, no son hechos aislados, sino diferentes síntomas de una misma realidad: la descomposición de relaciones de poder que permanecía casi intactas hasta anteayer.

Lo que está en juego en el proceso interno de los de Bonig en Orihuela es el intento de recomponer parte de esas redes clientelares, ofreciendo dádivas a los leales y castigo a los rebeldes. Todo ello intentando ajustar las «hipotecas locales» con la agenda impuesta por los jefes de Madrid y València. A nadie se le escapa que Dámaso Aparicio tiene mucho más arraigo y control sobre el PP que un Bascuñana que nunca dejó de ser un paracaidista. Por ello, tal vez los más devotos seguidores (e inversores empresariales) del PP sean más optimistas con su victoria. Pero se equivocan. La clave es que, ganase quien ganase, el omnímodo PP de antes ya no existe. Ni va a existir.

Esa idea abre y ensancha el espacio para una alternativa transformadora que no esté marcada por el miedo, sino todo lo contrario. Hay cada vez más gente, exvotantes del PP incluidos, cansada de sufrir presiones de todo tipo. Aumentan las personas que simplemente desean una Orihuela más justa y digna (más normal) donde el acceso al empleo, servicios, recursos o, simplemente a un trato digno, no dependa del partido al que votes ni la «familia política» a la que pertenezcas, sino que sea, simplemente, un derecho.

Dicen que los momentos de transformación aparecen cuando «los de arriba ya no pueden» recomponer el viejo orden y cuando «los de abajo ya no quieren» que ese orden sea recompuesto. El PP ya no puede ser lo que fue, y cada vez más gente común quiere que nuestro municipio sea diferente. La fractura del PP no acaba hoy, nuestra esperanza por transformar Orihuela, tampoco.