El pasado domingo ambos precandidatos a la Secretaría General del PSPV-PSOE, Rafa García y Ximo Puig, presentaron en la sede del partido los avales para poder concurrir al proceso de primarias y optar al liderazgo del partido en la Comunidad Valenciana. El actual secretario general, Ximo Puig, casi dobló en número de avales a los recabados por el aspirante, Rafa García. La diferencia de apoyos ha silenciado a aquellos que anticipaban una situación similar a la vivida durante la recogida de avales de las primarias nacionales, en las que Susana Díaz ganó por muy poca diferencia a Pedro Sánchez, lo que invitó a pensar en lo que luego ocurrió el día de las votaciones. En este caso la situación es profundamente distinta.

En primer lugar, la diferencia del número de avales no invita a considerar que se haya debido a la fuerza del aparato, como pudo haber ocurrido en el proceso nacional anterior, sino que en este proceso hay una convicción mucho más arraigada en la militancia de la idoneidad de la candidatura de Ximo Puig. El respaldo inicialmente recibido por el actual secretario general obedece a un merecido apoyo a su gestión durante su mandato, habida cuenta que, a pesar de las dificultades a las que se enfrentaba el partido, ha conseguido que el PSPV-PSOE haya vuelto al gobierno de la Generalitat Valenciana. Esta circunstancia, especialmente relevante, siempre ha sido valorada por la militancia, pues, como bien sabe, apoyar un candidato distinto al que actualmente lidera la organización hubiera trasladado un mensaje equívoco a ese electorado que no entiende las incongruencias internas.

En segundo lugar, el precandidato Rafa García no es Pedro Sánchez. Con ello quiero decir dos cosas. La primera, que el relato que llevó a Sánchez a volver a ser secretario general del partido nada tiene que ver con el que rige la candidatura de García. Pedro Sánchez supo persuadir a muchos militantes por su condición de víctima del aparato, trazando un discurso anhelado por una parte de la militancia disociada con la imagen de algunos barones del partido. Y la segunda, que el relato que ha seguido la actual candidatura no es otro que el de la venganza. Los denominados sanchistas sólo han trasladado la idea de querer aprovechar la victoria de Sánchez para extender su autoridad a la Comunidad Valenciana, y, así, no sólo fijar en la dirección sus afines, sino también apartar a aquellos que, como Ximo Puig, mantuvieron un criterio distinto al de Pedro Sánchez. Esa motivación, y sólo esa, no puede sostener una candidatura con visos de prosperar, puesto que queda muy lejos de aquella ilusión a la que aludían tras la victoria de Pedro Sánchez.

Si bien, aunque ese relato haya terminado, Ximo Puig no ha ganado todavía las primarias, faltan dos semanas para la votación y ese respaldo en avales debe tornarse en papeletas. En cualquier caso, el partido, tal y como han reconocido ambos, necesita una mayor dinamización. Es cierto que cuando se accede al gobierno los partidos suelen sufrir cierta inactividad debido a la intensa tarea que genera la responsabilidad de gobernar, pero, gane quien gane, deberá crear cauces de participación que facilite tres ejes de relaciones: un primer eje, militancia y dirección, pues esa relación no debe reducirse a los procesos asamblearios o congresuales; un segundo eje, militancia y los representantes institucionales del partido, puesto que éstos deben rendir gestión también ante el partido; y un tercer eje, la sociedad civil y los representantes institucionales y orgánicos del partido, puesto que el partido debe facilitar la permeabilidad con la sociedad para establecer, o restablecer, relaciones que favorezcan el compromiso mutuo. Hay trabajo por delante.