Esta es una frase que el intelectual Eugenio D'Ors Rovira, uno de los más acérrimos defensores del Misteri ilicitano como destacado miembro del nacional catolicismo vencedor en la contienda civil, le dedicara a un camarero que, por joven e inexperto, derramó sobre su chaqueta toda una botella de buen champagne.

La anécdota sirve para constatar un hecho que en política se suele repetir inexplicablemente sin tener en cuenta los resultados que luego suelen acontecer. Experimentos con gaseosa es lo que, con toda seguridad debería haber valorado la actual primera ministra británica antes de convocar unas elecciones en las que, sorprendentemente, o no tanto, los laboristas han obtenido un excelente resultado que ha obligado a señora May a pactar a regañadientes con los unionistas irlandeses una estabilidad parlamentaria que, con toda seguridad, durará bien poco. Como le ocurriera, también en Gran Bretaña a los laboristas de James Callaghan a finales de la década de los setenta tras haber sustituido a Harold Wilson. Los socialistas británicos, inmersos en gobiernos de coalición, jugaron con el adelantamiento electoral cambiando de líderes y así les fue. Y luego, claro, vino la Thatcher y su terrorífica política por un montón de años.

En el País Valenciano, tras el arrollador triunfo de las tesis de Pedro Sánchez (que un servidor apoyó de forma entusiasta como única salida al enrocamiento de mi partido a nivel federal), asistimos a una ceremonia de la confusión en la que parte de los sanchistas han decidido sacarse de la chistera un candidato que va a pelear por la Secretaría General que ostenta Ximo Puig, presidente de la Generalitat Valenciana tras veinte años de dominio popular en nuestra Comunidad. En los dos años en los que Ximo Puig preside un gobierno de izquierdas con Compromís, apoyado desde la sombra que no desde el gobierno por Podemos, han sido muchas las dificultades que los progresistas del País Valenciano han tenido que soslayar, entre otras la falta de financiación que el gobierno del Partido Popular a nivel nacional se encarga de estrangular: vean si no los presupuestos para estas tierras que finalmente han conseguido aprobar con el apoyo de Ciudadanos.

Ximo Puig, que, con toda seguridad, no estuvo acertado al apostar por Susana Díaz y en contra de Pedro Sánchez, no merece que desde su propio partido, el mío, se le intente mover la silla de la Secretaría General con el pretexto, ridículo, de la bicefalía, algo que nadie se cree pueda suceder, ni espero que ocurra, cuando el recién elegido secretario general socialista opte a la Presidencia de España. Ni tampoco pensamos que, si Ximo es derrotado, se le permita seguir siendo candidato a la Presidencia del gobierno autonómico porque en mi partido todavía sigue imperando el criterio de «quitate tú para ponerme yo» sin atender a las necesidades de una población cada vez más desencantada.

Muchos de los que votamos por la idea de cambio que suponía la candidatura de Pedro Sánchez, multitud en el País Valenciano, hemos optado por avalar y votar la candidatura de Ximo Puig, un hombre joven, honesto, trabajador y conocedor de los entresijos de la política de estas tierras, con capacidad de negociación en estos tiempos en que todo parece haber cambiado y con un proyecto de partido y de país que debería alargarse cuatro años más a los dos que todavía le restan, y ahí está el renovado Pacto del Botànic para dar fe de ello. Algunos, seguro que muchos, creemos que el ilusionante proyecto de Pedro Sánchez para España no debe cortocircuitarse por los afanes de quienes, perfectamente legítimos aunque difícilmente entendibles, tratan de aprovechar una victoria interna para, a lo peor, llevar al PSPV a una situación de fraccionamiento que solo beneficiará a los conservadores. Unos populares que, seguro estoy, se frotan las manos por la división que este enfrentamiento socialista valenciano, alicantino y castellonense va a producir con toda seguridad y que les rentará buenos resultados para sus colores.

Y ya que hemos empezado con una frase, a lo mejor vendría bien recordar las palabras de Abraham Lincoln cuando se postulaba para un segundo mandato presidencial en plena guerra civil americana: «No es bueno cambiar de caballos cuando se está vadeando un río». Una frase que aplicada a la vida política valenciana aconsejaría no variar la forma de encarar los proyectos y mucho menos cambiar a los protagonistas en momentos que pueden ser cruciales.

Espero que al final se imponga la razón y el contrincante de Ximo y los que le apoyan, holgadamente derrotados en la batalla de los avales en las tres provincias, decidan retirar su candidatura en un acto coherente con su ideología y para el futuro de un País Valenciano que, bajo la Presidencia socialista en un gobierno de coalición, ha sido capaz de arrinconar el desgobierno y la corrupción que nos han maltratado y avergonzado a los habitantes de estas tierras durante las últimas décadas.