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«Cualquiera que oiga mi nombre cree que estoy muerta hace años», ha dicho a sus 101 años Olivia de Havilland. Ahora que no nos oye nadie, he de confesar que yo era uno de los que creía que la actriz había desaparecido hace mucho, pero resulta que es el último mito vivo del cine y que Isabel II acaba de nombrarla Dama del Imperio Británico. Olivia de Havilland asegura que desde que comenzó a hacer películas «muchas cosas han cambiado en nuestro mundo, pero lo que no ha cambiado es nuestro amor por las películas y la habilidad que tienen para inspirarnos y ayudarnos en las épocas difíciles». Si lo sabrá esta mujer nacida en 1916 y que ha vivido dos guerras mundiales, varios genocidios y un sinfín de derrumbes financieros. Y sin embargo, De Havilland nos liberó de tanto cataclismo recorriendo en carro con Clark Gable una Atlanta incendiada, disimulando con su bondad las trastadas de Vivien Leigh o erigiéndose en esposa perfecta de Leslie Howard. Sólo las buenas historias alcanzan la inmortalidad.

El nombre de Olivia de Havilland evoca a cines grandes y antiguos envueltos en tinieblas, olor a patio de butacas y alegría de sábado por la tarde, cuando los sábados eran ir a ver con los amigos una de Humphrey Bogart, James Stewart, Gary Cooper, Deborah Kerr, Grace Kelly o Ingrid Bergman. Todos ellos han partido ya, pero sus voces y miradas perviven para siempre en el celuloide, preparados para alentarnos en las nuevas épocas difíciles que todavía están por venir.

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