Si el crecimiento económico es la respuesta, hace tiempo entonces que la pregunta está mal formulada. Porque cuanto más insisten en decirnos que nuestra economía crece y la recuperación económica es un hecho, más cuenta nos damos de la cantidad de personas que se están quedando en la cuneta en este país. Naturalmente que debemos alegrarnos de que la actividad económica recupere su vitalidad, pero de nada servirá un crecimiento sin redistribución, sin taponar la gigantesca brecha que la Gran Recesión ha abierto en una España que arrastraba importantes niveles de pobreza y desigualdad que la crisis ha arrojado al océano de la indiferencia. Porque para este Gobierno, los damnificados por la crisis ya no importan si nuestra economía crece.

Pero por mucho que nuestros gobernantes se empeñen en maquillar cifras, en utilizar de manera interesada las estadísticas o en ocultar aquellos indicadores desfavorables, el retrato que ofrece España en estos momentos no puede ocultar los altos niveles de pobreza y desigualdad alcanzados, que son de los mayores de la UE-28, una pobreza sin apellidos, porque todas las pobrezas son preocupantes.

Y es que fragmentar los problemas nos impide con frecuencia abordar adecuadamente sus causas, ya que, por ejemplo, la pobreza infantil afecta a niños pertenecientes a familias que viven también esta situación y que necesitan dispositivos de ayuda, o una pobreza energética que implica a quienes no tienen para pagar los recibos de la luz, pero tampoco pueden hacer frente a otras necesidades básicas que deben ser atendidas. De manera que sin entender la necesidad de abordajes integrales sobre fenómenos tan amplios y globales, poco avanzaremos en su mejora. Y ello no se va a producir con respuestas microscópicas o segmentadas, sino mediante avances en cuestiones transversales, como la generación de empleo de calidad, el refuerzo de los servicios sociales, una buena financiación a servicios esenciales como la educación y la sanidad que garantice su acceso universal, interviniendo de manera prioritaria sobre colectivos especialmente dañados y excluidos (que tienen perfiles de muy distinta naturaleza).

Ahora bien, todo ese ejército de nuevos pobres que han aparecido con fuerza en los años de la crisis como consecuencia de las durísimas políticas de ajuste aplicadas, está generando importantes cambios en nuestras sociedad que están transformando la sociología colectiva de numerosas personas. Tengamos en cuenta que la clase obrera se ha ido difuminando en las últimas décadas, convirtiéndose en clase endeudada que lucha a duras penas por sobrevivir, mientras los trabajadores han dejado de sentirse como tales, al tiempo que las fábricas y empresas han mutado. Quienes trabajan lo hacen de forma cada vez más precaria, conscientes de que hay una enorme bolsa de parados sin empleo ni oportunidades que viven en primera persona una exclusión social y política, recluidos en la pobreza de sus barrios, olvidados por partidos políticos y sindicatos. Son los nuevos pobres, arrojados al océano de una globalización que les condena a vivir un presente sin futuro, como sucede con los jóvenes. A pesar de ser la generación mejor formada de España, en el mejor de los casos van a alimentar la emigración en países donde van a aprovechar lo que España desprecia. Jóvenes que ven con frustración cómo son más pobres que sus padres, sin ascensor social, consumidos por una mezcla de desesperación, frustración y rabia que para algunos acaban dando forma a ese grupo impreciso de «indignados». Todo ello está generando una transformación de las clases medias, en una España donde cada vez hay más riqueza y cada vez se acumulan más pobres, en un país crecientemente dual y polarizado, donde se cronifican la falta de oportunidades y un crecimiento económico mal repartido que aumenta todavía más la desigualdad.

Por ello, urge articular políticas concretas y precisas para reducir la desigualdad de manera efectiva, corrigiendo los dañinos efectos de una austeridad mal repartida que se ha cebado con los sectores más desfavorecidos que se conforman, simplemente, con sobrevivir.

Hay que priorizar la lucha contra la pobreza en España, como síntoma extremo de esa desigualdad, combinándola con políticas reales de empleo y de generación de ingresos, sin olvidar programas redistributivos de carácter fiscal. Al mismo tiempo, es apremiante estudiar y delimitar los compromisos adquiridos por España en la «Estrategia europea 2020 de reducción de la pobreza», con un compromiso de disminución de un 25% en nuestro país, así como la «Agenda 2030» y los «Objetivos de Desarrollo Sostenible» (ODS), con metas precisas en materia de reducción de la desigualdad que afectan de manera muy particular a las comunidades autónomas, al tener las competencias en materia de políticas sociales. En este escenario, será importante desplegar mecanismos de planificación estratégica que rompan la transmisión intergeneracional de la pobreza y la desigualdad, implantando metodologías de medición y una cultura de la evaluación que alimente la toma de decisiones, algo prácticamente inexistente. Pero también hay que taponar la brecha corrosiva abierta en el acceso a derechos básicos, en la equidad, así como en la participación social y política, elementos imprescindibles para construir una mejor sociedad.

@carlosgomezgil