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Tantos motivos para el recuerdo

De la recién finalizada feria taurina de Hogueras quedarán para el recuerdo muchos detalles, no todos positivos, y también intensísimos momentos que a buen seguro quedarán marcados a fuego en la memoria del buen aficionado. El balance es, desde luego, más que halagüeño si lo analizamos globalmente, y el espejismo del «tomasazo» del pasado año no puede alejarnos de una realidad más que alentadora. Sigue sin haber un espectáculo de pago en todas las fiestas sanjuaneras que concite a tanto público como el taurino, y a buen seguro que el dato debe de ser parecido en la totalidad del año. Dos mil quinientos abonados (doscientos cincuenta del «abono joven») a todo el ciclo es quintuplicar lo que había hace cuatro años, y eso habla bien a las claras de que la labor de la empresa arrendataria del coso, con Nacho Lloret como cabeza visible, ha abonado con éxito el páramo que dejó la anterior y debe servir a los representantes munícipes para ponderar la prórroga de la concesión cuyo tiempo inicial se acaba en este curso. Si no queremos sufrir más «seroladas», hay que confiar los designios del coso de la Plaza de España a empresas serias del sector y en un espacio de medio a largo plazo, que permita sembrar y recoger frutos. A pesar, incluso, de los matices que se verán a continuación.

El aspecto ganadero comenzó con un encierro precioso de hechuras y variado de juego de Adolfo Martín, que suponía la apertura de encastes de la feria. Cuatro de los seis permitieron el triunfo y, los que no, añadieron ese plus de emotividad de los «albaserradas» que no dejan indiferente a nadie. O detalles como la pelea en varas del cuarto, ese tercio que entre todos los actores de la fiesta han acabado relegando a un mero trámite y que, cuando es ejecutado con ortodoxia y brillantez, se convierte en uno de los más emocionantes de la lidia.

Del resto del apartado ganadero habría que volver a repetir aquello de la presentación que se salva por los pelos, y a veces ni eso. Es clamar en el desierto, porque apoderados y toreros así lo exigen. Las cosas son como son. La autoridad muy poco puede hacer al respecto, porque David no siempre puede vencer a Goliat. El sello del «toro de Alicante» es, en presentación, sinónimo de mínimos y mediocridad. Menos mal que en el juego la cosa funcionó, y muy bien. De no ser así, habría sido de lío gordo. Con todo, a los toros les ha dado por embestir para suerte de todos. Dos vueltas al ruedo, una para el primer ejemplar de Núñez del Cuvillo y otra para el quinto de El Freixo, más otra que bien pudo llevarse el sexto de Juan Pedro. Pero hubo muchos toros que embistieron y favorecieron el espectáculo.

En el «debe» de la empresa habrá que anotar como mayor mácula, si no como broma pesada, esa sustitución del herido Roca Rey por Paquirri. Los más despistados no daban crédito cuando llegaron por la tarde a la plaza y se enteraron. El compromiso de Simón Casas con esta afición queda muy deteriorado con el detalle. Lo dicho: una broma de mal gusto. Despedida más que discreta del mayor de los Rivera en tarde en que tampoco Paco Ureña acabó de encontrarse del todo, aun dejando buenos pasajes de su toreo encajado en el tercero.

Ante los toros de Cuvillo, El Fandi se dejó ir en «pegapasismo» hueco el mejor toro de la tarde, y abrió la puerta grande por la eficacia con el estoque y su especial espectáculo en banderillas. Insuperable su par de la moviola. Le acompañó en volandas Alejandro Talavante por dos faenas de oreja que dejaron cierto poso de sosería. Ante reses tan colaboradoras, se extrañó mayor rotundidad. Cayetano brilló por momentos en su primero, pero tampoco fue su tarde.

Entre lo mejorcito estuvo también la vuelta de Escribano y la sorprendente capacidad lidiadora y sentido del temple de Juan Bautista, ambos en hombros ante los «adolfos», con un Rafaelillo muy digno ante el peor lote. También López Simón ofreció buena dimensión y entrega el 24, con tres orejas quizá excesivas, y Ponce, apenas sin opciones, reinventándose y con el ansia de un novillero.

Para el recuerdo, como ya ha quedado dicho, dos revelaciones. Julián López como torero y ganadero, sabiendo extraer dos excelente faenas de mano baja, mando y temple. El último niño sabio del toreo, sin duda. Su faena a Tirachinas, obra compacta donde las haya, y con la decencia de no forzar un indulto excesivo. La faena de la feria, de no haber venido al día siguiente Manzanares a dictar su penúltima lección de naturalidad. Su mejor tarde en Alicante. Su mejor faena con olor a dalia. El toreo más cadencioso y acompasado de los últimos años, o quizá quién sabe... Faltan y sobran las palabras. Profeta en su tierra. Qué lujo para esta afición...

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