He de reconocer que la inclusión de los alicantinos en los nuevos órganos de dirección del PSOE durante el pasado Congreso Federal me ha generado una sincera satisfacción. Una de las referencias alicantinas es Alejandro Soler, un buen político que se merece estar en la Comisión Ejecutiva Federal, y estoy convencido de que su papel va a ser especialmente relevante en los próximos años. Qué decir de otra de las referencias de nuestra ciudad, Pepe Asensi, cuya participación en el Comité Federal otorga sensatez y sentido crítico a la dirección de Pedro Sánchez.

Sin embargo, el estreno de Pedro Sánchez como reeditado líder del socialismo español no ha sido el mejor. Desafortunadamente, durante los primeros días posteriores al Congreso sólo se ha hablado de la propuesta aprobada en el 39º Congreso, a propuesta de Sánchez, de la España plurinacional, que no ha gustado a muchos, y con razón. No comparto algunas de las críticas contra la fórmula plurinacional, dado que no tiene más intención que el aspecto cultural y se respeta, de manera expresa, el concepto de soberanía. Por tanto, la idea no merece rasgarse las vestiduras. Empero, la crítica más severa, y certera, se dirige a la vacuidad de la idea, dado que no aporta ninguna solución al problema que se ha instalado en Cataluña y parece ser más un guiño a los nacionalistas que una propuesta política con pretensiones de conseguir un objetivo eficaz dentro del marco democrático y legal. En definitiva, el concepto aprobado de plurinacionalidad es tan vago que no ha aguantado ni una semana de análisis. También es cierto que su fugacidad ha sido acelerada por el anuncio del cambio de posición del PSOE con respecto al Tratado de la Unión Europea con Canadá.

Ha dejado a todos sorprendidos la manera de proceder del nuevo PSOE de Pedro Sánchez con respecto al citado Tratado, denominado con los acrónimos CETA. En primer lugar, llama la atención que la actual presidenta del partido fijara la posición del PSOE por medio de un tweet, sin que tal decisión se hubiese adoptado en el órgano de dirección competente y anunciado por quien le corresponde hacerlo. Pero lo peor de todo fue que el comisario europeo, el socialista Pierre Moscovici, tuviera que afear personalmente a Pedro Sánchez que se alineara con aquellos que propugnan el proteccionismo, tales como Le Pen o Trump, y que el PSOE no mantuviera una posición que hiciera al partido creíble para la comunidad internacional. Tras la conversación con el líder europeo, Sánchez cambió la posición y manifestó que el PSOE se abstendría en la votación, para dos días después decir que el PSOE hará lo que digan los sindicatos. Mientras escribo estas líneas se desconoce qué posición mantendrá en última instancia el Partido Socialista con respecto al Tratado con Canadá, pero ya sabemos lo que ha conseguido el nuevo PSOE. En primer lugar, que se haya saltado el procedimiento establecido para tomar una posición de tal magnitud. En segundo lugar, haberse granjeado el descrédito de la Unión Europea por haber puesto en entredicho un Tratado calificado como progresista y que sigue una línea alejada de la tendencia generada por Trump y sus aliados. Y, en tercer lugar, que haya sido calificado el partido de populista al haber seguido el dictado de Pablo Iglesias en relación al Tratado. Esta última consecuencia pasará factura al partido porque, con el ánimo de conseguir un millón de votos de los electores de Podemos, perderá tres millones de votos por el centro izquierda, que son necesarios para poder volver al Gobierno. Me decía un alcalde socialista de la provincia de Alicante que se sentía incapaz de explicar a los empresarios de su municipio esa postura reaccionaria a los intereses económicos de los pequeños empresarios, que no son los del IBEX. Mal arranque.