Esta semana se cumple un mes del trágico fallecimiento del joven artista plástico alcoyano Rubén Fresneda, con quien me unía una estrecha amistad. Era un vínculo reciente, de hacía apenas dos años, pero de una solidez extraordinaria, porque compartíamos diversas inquietudes desde el punto de vista cultural, político, intelectual y personal que nos habían hecho conectar de una manera muy especial desde el principio. Por ello quiero aprovechar la oportunidad que los compañeros de INFORMACIÓN me brindan para rendirle homenaje a través de estas páginas, no ya para expresar el dolor que supone la inesperada pérdida de Rubén, sino para poner en valor la figura de un artista y activista comprometido con todo lo que hacía y que por un mal capricho del infortunio no ha llegado a alcanzar el reconocimiento que podía haber logrado a un plazo más corto que largo.

Lo decía hace pocos días el colaborador de esta casa José Luis Martínez Meseguer, autor de la que ha resultado ser la última entrevista al malogrado artista y amigo: Rubén Fresneda era ante todo una buena persona, de las que escasean en este mundo donde el individualismo llevado al límite está de moda. Alguien extremadamente alegre, que transmitía ánimo de manera constante y que sabía, en el buen sentido de la palabra, sacar los puntos fuertes de quienes estaban a su lado, implicándolos en sus diversos proyectos; uno de los muchos que se han quedado en el tintero lo estábamos preparando entre los dos a iniciativa suya. Era una persona de convicciones políticas firmes, defensora de la justicia social llevada a todos los aspectos de la vida; con unas inquietudes culturales muy elevadas y unas enormes capacidades para ponerlas en práctica, así como la fuerza necesaria para ir moviendo todos los hilos posibles para desarrollar todas las ideas que le vinieran a la mente; y un activista de primer nivel en los distintos palos que tocaba, desde la política local a la cultura pasando por la reivindicación de la visibilidad y la igualdad de derechos en materia de orientación sexual e identidad de género. Y todo esto unido a un talento artístico brutal, a través del cual, en dibujos, pinturas, collages y otras obras de distinto formato, iba plasmando todos esos aspectos de su personalidad.

Rubén tenía el valor añadido de ser una persona constante, que no se dejaba vencer frente al desaliento. Había ido formándose a sí mismo como autor, creciendo paso a paso, y como gestor cultural. Quería dar aires renovados al enorme potencial artístico de Alcoy y su entorno, y compartir el resultado con el conjunto de la sociedad. Y para ello no le importó llamar a cuantas puertas fuera necesario, en unión con Lucía Romero, amiga y compañera en esa búsqueda de dar aires nuevos a nuestras comarcas en esta materia. En los últimos tiempos habían encontrado la buscada receptividad en el concejal de Cultura de Alcoy, Raül Llopis, a quien quiero agradecer públicamente la buena acogida que siempre tuvo para las ideas que Rubén y Lucía le propusieron. Uno de los resultados más visibles de todo ello es el centro cultural La Capella de l'Antic Asil, un remozado espacio en el centro histórico alcoyano que abrió sus puertas el pasado mes de febrero con una exposición dedicada al centenario del poeta Joan Valls, impulsada por Rubén y en la que fue uno de los artistas participantes.

Pero hay más: está el Club d'Amics de la Unesco d'Alcoi, una asociación con casi medio siglo de historia y a la que Rubén había traído también aires rejuvenecidos, ayudando a consolidar una programación estable de exposiciones, conferencias y proyecciones. Yo mismo tuve el honor de formar parte de esas actividades, sólo unos días antes de aquel fatídico domingo. Y cómo no, está el colectivo LGTBI MARIola, una entidad surgida a finales de 2015 para reivindicar la normalización de la diversidad de orientación sexual e identidad de género en esos valles del interior de la provincia donde vivimos casi 200.000 personas pero a veces uno tiene la sensación de que no corre el aire y la sociedad no evoluciona, al menos con la rapidez deseada. Rubén fue uno de los impulsores de ese proyecto, firmemente consolidado pero que en tan poco tiempo ha tenido que afrontar ya la temprana e injusta pérdida de dos de sus fundadores, ya que al de Rubén se suma el fallecimiento, en marzo de 2016, del también jovencísimo edil alcoyano Raül Seguí.

El activismo LGTBI era una parte esencial de la obra artística de Rubén Fresneda. Aún puede verse en el mismo Club d'Amics de la Unesco la exposición L'art de MARIola, conformada por obras suyas y del también amigo y paisano mío Fernando Fernández «Fefeto». Antes hubo otras como Gay Pop! o Paper Boys!, que pudieron verse en lugares tan dispares como València e Ibi, y en las que plasmó el arte del erotismo masculino mezclado con iconos de la cultura popular. Era su particular muestra de reivindicar la diversidad, de hacer de la transgresión una forma de defender la igualdad.

El vacío que deja Rubén es enorme e insustituible, pero el legado que nos queda puede ser una lección para todos. Como artista, de que hay que dar todas las alas posibles a la expresión del talento. Rubén despuntaba como un referente sin haber cumplido aún los 30 años, con lo cual es fácil imaginar a dónde hubiera podido llegar de no haberse cruzado la mala fortuna en su camino el pasado 28 de mayo. Y buena parte de ese recuerdo queda en Alcoy, su ciudad, a la que él tenía en estima pero con cuyos vicios era tan crítico. Creo, a modo de humilde sugerencia por si a quien corresponde la quisiera tomar en consideración, que un buen homenaje sería que alguna sala o dependencia cultural llevara el nombre de Rubén Fresneda. Sus cualidades como artista y persona lo merecen.

A nivel personal, Rubén me deja la sabia lección de que es posible ser uno mismo en cualquier entorno y reivindicarse como tal. A todos los que tuvimos la suerte de conocer a Rubén y de considerarnos sus amigos nos quedará el grato recuerdo de charlas interminables, de risas -con su característica carcajada, tan sonora y contagiosa- y de múltiples formas de «arreglar el mundo», que se dice coloquialmente, desde una terraza de la Plaça de Dins. Y también, a mí particularmente, de uno de los muchos puntos que teníamos en común: la devoción por la magistral película de José Luis Cuerda Amanece que no es poco, algunos de cuyos hilarantes diálogos de una forma u otra siempre acababan apareciendo en nuestras conversaciones. Ya no hablaremos más de si «nos ha crecido un hombre en el bancal», de si «todos somos contingentes, pero tú eres necesario» o de que «somos del pueblo de al lado, hemos venido a invadirles». Pero sí lo evocaré siempre con el final de un sentido monólogo de esa mítica cinta: «Calabaza, yo te llevo en el corazón».