Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pequeña escritora

Hace muchos años, mi padre me dijo que creía que yo era una escritora potencial. Así fue como sembró una semilla en mí que con el tiempo, inevitablemente, ha terminado germinando. Su opinión se basaba en una serie de cartas que le había escrito. En aquel momento, le miré con escepticismo. Aún recuerdo su cara seria, sus gafas de pasta oscura resbalándole por la nariz, y sus palabras cayendo sobre mis hombros como plomos. Yo quería ser mil cosas, y él me encomendaba una especie de misión que entonces me parecía casi imposible. Escribes como piensas y no todo el mundo puede hacerlo. Deberías escribir, me dijo, eres una pequeña escritora.

No debía tener más de doce años y no entendía el significado profundo de aquellas palabras. Ahora sé que se refería a que en aquellas cartas, probablemente no exentas de faltas de ortografía, escuchó mi voz natural.

Yo solía escribir en mi diario. Hacerlo me daba la oportunidad de conectar con mi pensamiento más profundo y de escribir sobre algunos secretos. Me encantaban los secretos, de hecho aún me fascinan. En general, todo lo que veía en la superficie me resultaba bastante insípido y formal. Los secretos, en cambio, estaban llenos de vida y de contradicciones, y te mostraban la parte más auténtica de las personas.

No entendía por qué la gente no quería revelar justo lo más interesante de su vida. Lo más valioso, lo más humano permanecía siempre oculto y, por educación o por lo que quiera que fuese, debía silenciarse.

Hoy día pienso que cada cuál es libre de hacer lo que quiera con su vida pero sigo creyendo que a veces nos equivocamos ocultándonos a los demás.

El mejor regalo que podemos hacer a nuestros seres queridos es pasar tiempo con ellos y mostrarnos tal y como somos para que antes de morir nos hayan conocido de verdad.

Escribir es una manera de ir desgranando todo ese lado más oculto, poniéndolo en boca de algún personaje, o silenciándolo, o simplemente desde un narrador omnisciente. A menudo es más importante lo que no se dice que lo que se dice.

Además de estudio y dedicación, escribir requiere de muchas horas de silencio y soledad. Esto último se me hace duro. Por eso, a veces, cuando ya no puedo más, me voy a escribir a la biblioteca del Ateneo y ahí veo a un montón de viejos aburridos y de jóvenes estudiantes en exámenes, y me siento un poco más acompañada. Paso un rato en el patio y observo a los pobres peces del estanque. Digo pobres porque probablemente ellos estén aún más aburridos que las viejas glorias del Ateneo. Luego pienso en mi padre, recuerdo sus palabras y escribo un poco más. Tal vez tenía razón. También creo que la rebeldía que durante años dominó mi existencia era absolutamente necesaria y espero que no me abandone en lo que me queda de vida. Una necesita vivir poder nutrirse, y escribir.

Lo bueno de ser una pequeña escritora, una escritora potencial o lo que quiera que sea, es que de algún modo estás inmunizada frente a cualquier tragedia que pueda sucederte. Todo lo que vivas, tarde o temprano, enriquecerá tus textos porque tu voz natural siempre lleva implícita la verdad de la experiencia. Aún así, escribir es un ejercicio de fantasía y una puede darse el gusto de mezclar y transformar las cosas a su antojo. Puedes inspirarte en personajes reales, cambiar sus nombres, apretarles las tuercas y llevarlos a lugares insólitos.

Pero la realidad es que escribo porque escribir me proporciona cierta sensación de libertad. Algunas veces me siento como una hormiga atrapada, y escribir produce en mí un efecto liberador. Me siento atrapada en la vida, en un mundo lleno de contrastes, fascinante y a la vez cruel e implacable. Me siento atrapada en un planeta perdido en medio de una galaxia infinita, y escribo porque necesito contarlo y así sentir que soy un poco más libre.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats