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Martín Caicoya

Herencia y medio

Somos una especie muy adaptable pero nacemos con un capital de predisposiciones mentales que nos hacen y nos salvan

Dos investigadores de Caltech han podido reproducir las caras que enseñaban a los macacos mediante la respuesta de las neuronas encargadas del reconocimiento facial. Lo que hicieron fue mostrarles caras humanas manipuladas para exagerar sus tamaños y características. Previamente habían identificado, con resonancia magnética, las neuronas que se encendían ante las caras. Entonces, por eso usan macacos, colocaron electrodos finos en esas neuronas para registrar qué las activaba y cómo. De esta forma aprendieron qué aspectos de la cara disparaban las neuronas y cómo se codificaban. Estas células están situadas detrás de la oreja, en la corteza del lóbulo temporal. Se necesitan 200 células de la cara para reconocer un rostro. Una vez que supieron cómo se codifican las características de la cara, fueron capaces, sin verlo, de hacer un retrato robot del rostro que mira el macaco.

Hay seis conjuntos de células faciales en cada hemisferio, y cada uno cuenta con 10.000 neuronas. Además hay otras neuronas dedicadas cada una a almacenar una cara conocida. Están en otras partes del cerebro. Se llaman Jennifer Aniston porque se descubrieron por casualidad cuando se operaba a una persona con epilepsia. Se observó que una neurona se excitó ante la cara de la artista y no ante la de otras personas, ni siquiera si se mostraba a Aniston con Pitt. Almacenamos una cara por neurona.

Es muy difícil entender cómo somos capaces de reconocer los animales y plantas a pesar de que su presentación ante nuestros ojos, el órgano del sentido del que dependemos los humanos, sea tan variada. Tomemos el caso del perro, los hay de muchas formas y tamaños con pelajes dispares. Sin embargo, no dudamos. Es como si hubiera en el cerebro un arquetipo de perro y desde ese examináramos lo que vemos haciendo un rápido e inconsciente ajuste desde el ideal al real. Al menos ésa es la teoría, un poco platónica, que sostienen los investigadores Le Chang y Doris Y. Tsao. Ellos llegaron a la conclusión de que se necesitan 50 dimensiones de la cara para crear un rostro. La idea es que hay una cara media y que el cerebro mide las desviaciones. Mediante esas 50 dimensiones se crea un "espacio de la cara" de manera que se pueden reconocer infinitas. Una nueva va a excitar una serie de neuronas que calcularán cuánto se desvía de la media la característica que la excitó. El conjunto de señales de las 200 células será la cara. Por otra parte, se ha podido demostrar que algunas características no excitan una determinada neurona porque, se cree, esa cara no tiene las dimensiones que lee esa neurona. De acuerdo con Tsao, esto descarta que tengamos una librería de caras y que vayamos comparando la que vemos con las almacenadas.

Esta forma flexible de reconocimiento encaja con otras teorías de cómo aprendemos. En el caso de la lengua, Chomski se hizo famoso por su teoría de la gramática universal. Recuerden que "se sorprendió un portugués de que todos los niños en Francia desde su más tierna infancia sabían hablar francés". Cómo diablos esos seres tan bisoños eran capaces de hablar la lengua que a él tanto le costaba aprender. Pues porque en su cerebro hay una serie de neuronas preparadas para madurar ante ese torrente de sonidos que se organizan en sujeto, verbo y predicado.

Los seres humanos somos animales sociales. Lo compartimos con los otros primates, quizá refinado. El reconocimiento facial es un arma básica para las relaciones sociales, como la lengua y también las emociones. Hay una tendencia a creer que nacemos con un cerebro precableado, preparado para recibir ciertos impulsos que fijarán la forma de comportarse esas neuronas, mejor dicho, esos circuitos neuronales. La lengua se aprovecharía de esta disposición, también las emociones si como se piensa hay un catálogo que se verifica en cada sociedad. Lo del reconocimiento de la cara da la impresión de que es diferente, más fluido y dependiente de un patrón que heredamos, con el que nacemos: el rostro medio. Pero tiene que haber algo más, un sistema que se ajuste a la sociedad en la que nos criamos. Es un lugar común decir que todos los chinos son iguales, lo mismo que para ellos lo son los caucásicos. Quizá porque mientras reconocemos a nuestros semejantes maduran esas neuronas que identifican las características y diferencias de lo rostros con los que convivimos y por la tendencia a la eficiencia y ahorro de la naturaleza, no lo hacen las que no aportan nada.

Hay una tensión entre herencia y medio. En algún momento se pensó que el ser humano podía ser moldeado al gusto de la sociedad, el "hombre nuevo". Descartes pensaba que carecíamos de instintos, algo que nos haría máquinas, como los animales. No es cierto, tenemos más instintos que la mayoría de ellos, automatismos que nos liberan de tomar decisiones permanentemente. Si bien somos una especie muy adaptable, nacemos ya con un capital de predisposiciones mentales que son las que nos hacen y nos salvan.

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