Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Jorge Fauró

Los pícaros

Según la estadística oficial, Alicante es la quinta provincia española en aportar riqueza al resto del Estado. En ocasiones ha sido la cuarta, un puesto que bascula arriba o abajo en función de lo mal o bien que le vaya a Sevilla, con quien habitualmente disputa el puesto en el ránking. Este tipo de evaluaciones a menudo se antojan caprichosas, por cuanto no tienen en cuenta el bullicio laboral y la juerga económica que nace en el subsuelo del PIB. Por sus características sociales, las sucesivas crisis y las circunstancias de la producción, la economía sumergida está tan ligada a Alicante como lo están las Hogueras, los Moros y Cristianos, la gamba roja o el turismo. Hay una provincia oculta que nunca sale en los informes del Instituto Nacional de Estadística pero que todos vemos paseando por la calle, con nombre y rostro, y que a menudo paga sus facturas con lo que gana en el subsuelo. Nadie puede tomar en serio las cifras del INE que colocan a Torrevieja y Benidorm entre las ciudades más pobres de España de acuerdo a las declaraciones del IRPF. O a Benalmádena o Fuengirola. Incluso Marbella ocupa un puesto de honor en ese grupo de poblaciones menesterosas. País de pícaros, como Francia, Italia, Rumania. La herencia de Roma. Hasta Messi y Ronaldo se han adaptado a esta costumbre nuestra del escaqueo y el fraude. Pero algo ha cambiado desde el Siglo de Oro, cuando el hambre convertía en pícaros a hidalgos venidos a menos, desheredados y falsos curas, frente a caballeros de cuna y burgueses de cuello engolado. Cinco siglos después hay más pícaros del lado de la opulencia que del de la miseria, y lo grave es que nuestra sociedad ha acabado absolviendo esta práctica con el agua bendita de la normalidad.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats