No tuvo Juan Goytisolo -fallecido el pasado día 4 en Marrakech- el reconocimiento que merecía entre los pocos lectores que van quedando en España. Las causas podrían ser muchas y ninguna al mismo tiempo. Por un lado, su voluntario y prolongado exilio que comenzó durante el franquismo, cuando se marchó a París -ciudad en la que vivió con su inseparable Monique Lange y donde trabajó para la editorial Gallimard- para no regresar a España salvo para actos puntuales así como su posterior y definitiva residencia en Marruecos, le alejó de los conciliábulos literarios españoles y por tanto del interés del lector español en un tiempo donde la imagen y la presencia en los medios de comunicación son indispensables para conseguir una notoriedad que permita poder vivir de la literatura. En segundo lugar, el estilo de su segunda etapa como escritor, una vez abandonados sus comienzos que podrían encuadrarse en el realismo social y que dio lugar a excelentes títulos como Campos de Níjar (1959) o Para vivir aquí (1960), le convirtió en un escritor de difícil lectura. Sus diálogos-reproches consigo mismo y el encadenamiento de párrafos formados sólo por ideas tuvieron como consecuencia que no fuera, en lo que por otra parte es considerado como un maestro, accesible a cualquier lector.

Fueron sus libros de viajes y sus reportajes periodísticos donde -creo yo- Goytisolo alcanzó un mayor nivel de claridad. Sus artículos de prensa sobre la Guerra de Bosnia y especialmente sobre el sitio de Sarajevo por militares serbios reunidos en su Cuaderno de Sarajevo (Editorial El País /Aguilar, 1993), supusieron un crudo y veraz relato de lo que ocurrió en aquella guerra. Fue Goytisolo el primero en advertir que como consecuencia de la dejadez y el olvido injustificable de la OTAN y de Europa de las matanzas de musulmanes cometidas por los serbios que se produjeron en Bosnia Herzegovina, en el corazón de Europa, surgió por primera vez la figura del yihadista, es decir, el musulmán que acude a otro país para luchar por musulmanes que están siendo atacados. De ahí al terrorismo radical de origen islámico que acude a otro país a atentar sólo había un paso.

Cuando en el año 2006 recorrí la Capadocia turca en una moto de trail lo hice con su libro Aproximaciones a Gaudí en Capadocia (Ediciones Península, 2002) guardado, mientras conducía, en una pequeña mochila azul que llevaba en la espalda. En este libro de viajes imprescindible para todo aquel que quiera visitar Turquía Juan Goytisolo hizo un curioso estudio sobre las posibles influencias que Antonio Gaudí pudo haber tenido -por fotografías- de las extrañas figuras que el paso del tiempo ha modelado en las rocas que han convertido la zona central de Turquía en un paisaje lunar, lleno de cuevas abandonadas donde tuve la tentación de quedarme a dormir un par de noches. El frío me lo impidió.

Y cómo no citar todos los estudios que hizo el autor barcelonés de Marruecos, especialmente sobre Tánger, ciudad que visitaba a menudo, y Marrakech. Fue uno de los impulsores del movimiento cultural en esta última y también responsable en buena medida de que la famosa plaza Xemaá-el-Fná fuese declarada por la Unesco patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Sus numerosos artículos sobre Marruecos y su libro Makbara (Seix Barral, 1980), libro que leí antes de viajar a Marruecos en febrero de 2003, fueron un imprescindible sustrato que además de ayudarme a comprender un país tan distinto y tan cercano a España tuvo la capacidad de provocarme un estado anímico que me preparó para imbuirme de lleno en el extraño, diferente y a veces hipnótico modo de vida marroquí. Durante días recorrí barrios y calles laberínticas sin encontrarme con un solo extranjero.

Se criticó de Juan Goytisolo su renuncia a todo lo que significase el modo de vida europeo para irse a vivir a un país, Marruecos, con un sistema político muy cercano a una dictadura monárquica. Muy lejos, por tanto, de los principios democráticos por los que combatió durante la dictadura franquista que le llevaron a exiliarse a Francia y más tarde a EE UU.

En cualquier caso su obra ensayística se encuentra entre lo mejor del siglo XX en España y a ella le debemos títulos como El lucernario (1994) -acerca de Manuel Azaña- y sus estudios literarios y críticos sobre la historia de la literatura española.

Cuando en el invierno del año 2003 comenté a los pocas personas que conocía mi intención de cruzar Marruecos hasta llegar al desierto del Sahara, varias personas me aseguraron que se vendrían conmigo. Por supuesto el día de la partida estaba yo solo así que me eché mi bolsa de viaje al hombro y emprendí mi viaje. Cuando llegué a Marrakech dejé mis cosas en el primer hotel del centro que encontré y me fui en busca de Xemaá-el-Fná. Ya en ella, al atardecer y con los últimos rayos del sol alumbrando los edificios hechos de la arcilla roja que rodea la ciudad, me quedé parado unos segundos. Por fin había llegado.