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Sánchez, vigilante aduanero

Una frontera ideológica discurre por el interior del PSOE y del conjunto de la izquierda europea. Es la que separa la fe en el mercado global como motor de progreso, si bien necesitado de regulaciones, y la desconfianza hacia la caída de las fronteras y la abolición de las aduanas, que equivaldrían a entregar las llaves de la casa a las bandas de ladrones que rondan al acecho, esperando que nos descuidamos por desvalijarnos sin miramientos.

La apología de la globalización es un signo distintivo de las corrientes liberales, que no tienen ningún tipo de duda ideológica al respecto: no sólo es positiva sino que es inevitable y hay que preocuparse por no perder el tren y conseguir el máximo provecho. La condena, por su parte, la comparten una parte de la derecha y una parte de la izquierda. La derecha es la que representa Marine Le Pen, por citar una vecina que ha sido de actualidad, o el ultranacionalismo británico que animó el Brexit con sus exageraciones. En la izquierda se encuentra el francés Mélenchon, líder de Francia Insumisa, o la formación española Podemos; ésta no se presenta como eurófoba, porque Europa tiene muy buena imagen entre los votantes españoles, pero está contra los grandes tratados de libre comercio internacional porque, afirma, reducen el poder de los estados para dárselo a las multinacionales, y por lo menos los estados democráticos están más o menos bajo el control de los ciudadanos, mientras que a las multinacionales sólo las controla el gran capital.

¿Y en qué punto se sitúa nuestra socialdemocracia? Pues que en su seno coexisten una pulsión liberal y otra proteccionista. A veces una tiene más peso, a veces la otra, y a menudo hay cambios en la correlación de fuerzas. Esto último es lo que le ha ocurrido al PSOE a raíz de su última crisis y el retorno de Pedro Sánchez, cabalgando el corcel de la radicalidad social, las consignas del 15-M y la OPA electoral a Pablo Iglesias. Que Sánchez sea un radical de corazón o un converso oportunista no cambia los hechos: acaba de decidir un golpe de timón por el que retiran el apoyo al CETA, el Tratado de Libre Comercio con Canadá, «para no concentrar más poder en las grandes corporaciones en detrimento de nuestros derechos», en palabras de Cristina Narbona. Hace poco había votado a favor. Proteccionismo social, vigilancia aduanera.

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