Qué rápido pasa la vida. Dos años ya desde las elecciones municipales. A Carlos González ha debido parecerle un siglo.

No estamos acostumbrados a la democracia: ni a practicarla, ni a exigirla. Desde que ésta surgió como forma de gobierno en Atenas, la sociedad, aunque de manera desigual, ha ido mejorando este sistema, siendo todos conscientes de que la perfección no existe. Los clásicos son siempre un faro que arrojan luz sobre el horizonte. En el famoso discurso de Pericles por los muertos en la guerra contra Esparta, el gobernante ateniense aprovechó la ocasión para recordar a sus compatriotas que debían sentirse orgullosos por su innovadora forma de gobierno, la democracia, que definía como la administración que se ejerce en nombre de la mayoría y no de unos pocos. Cicerón, más tarde en Roma, sostenía que para que se dé un sistema democrático debe haber leyes justas, políticos honrados y un pueblo formado. Ya sé lo que estarán pensando. En ambos casos, en la cultura clásica, la democracia estaba ligada inexorablemente, por una parte, al debate, fruto del diálogo y la discusión a través de la argumentación y, por otra, a la pedagogía, es decir, a la necesidad constante de motivar la participación y el interés por los asuntos públicos.

¿Por qué digo todo esto? Porque creo, en primer lugar, que los gobiernos en coalición son formas, en general, más maduras de democracia, ya que obligan por principio a desarrollar el consenso, el diálogo y el debate para llegar a acuerdos; por mucho que algunos sólo sepan gobernar, en ausencia de estas capacidades, a base de mayorías absolutas, reduciendo el carácter democrático al derecho al voto cada cuatro años. Un político se mide, precisamente, por su capacidad de gobernar en situaciones adversas.

A nadie se le escapa que Carlos González, corredor de fondo, está sudando el cargo y haciendo encaje de bolillos para mantener la estabilidad y esto, a mi parecer, es un signo de fortaleza más allá de todas mis críticas a su gestión, máxime si lo comparamos con la anterior alcaldesa, que -recordemos siempre-, siendo la lista más votada, por esa ausencia de diálogo, se cerró las puertas del gobierno. Las disensiones dentro del tripartito que algunos ven como signo de debilidad son más bien garantía democrática de que las decisiones son tomadas más allá de la disciplina monolítica de un partido. Consecuentemente, la acción de gobierno se ve ralentizada por la necesidad continua de consenso. Lo que no sabemos es si la falta de coraje político del alcalde a la hora de afrontar los asuntos más polémicos de nuestra ciudad se debe a esta circunstancia política, a la falta de un programa político ambicioso y coherente, a las debilidades de su propio equipo o a la suma de todo. Sería injusto, en cambio, no señalar el esfuerzo por parte de este gobierno de la inversión en la mejora de la inclusión social, que, frecuentemente, siendo mejorable, pasa desapercibido y marca una sustancial diferencia con respecto al gobierno anterior. Ya que, en muchas ocasiones, la atención mediática recae sobre los grandes proyectos, obviando las medidas que mejoran la vida cotidiana de los más desfavorecidos.

Por otra parte, quisiera llamar la atención sobre un punto que considero crucial para valorar en su justa medida y entender lo que considero falta de liderazgo y que no se debe, como he dicho, al gobierno a tres partes, sino al lastre que Carlos González ha arrastrado desde el PSOE. Me refiero al pacto que éste tuvo que firmar para ganar las primarias del 2014 con José Pérez, actual concejal, a la sazón también candidato, convirtiéndonos a todos los ilicitanos en rehenes de políticos de muy discreto perfil. Que no nos gobiernan los mejores, salvo raras excepciones, es obvio. Lo que ya no sabría decir es hasta qué punto es inevitable que esto no ocurra.

En este sentido, nos debería preocupar más la calidad democrática dentro de los partidos políticos como un asunto público, ya que la falta de ésta se acaba trasladando al gobierno. Por esta misma razón, resulta muy preocupante la situación interna del PSOE y la interpretación que Pedro Sánchez ha dado a la voluntad de regeneración de los militantes, iniciando una revancha de imprevisibles consecuencias y apostando como caras nuevas de esa regeneración por Alejandro Soler.

En fin, siempre es bueno rumiar a los clásicos.