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La democracia tiene problemas

Antes de especular, veamos algunos datos. Por ejemplo, los que proporciona el «barómetro de la confianza» que publica la empresa Edelman a partir de encuestas en 28 países. Se ha preguntado la confianza que merecen gobiernos, medios de comunicación, empresas y ONG. Pues bien, ese es el orden de menos a más confianza, con la particularidad de que, para los cuatro, ha disminuido en 2017 respecto a 2016.

Todo un éxito para los gobiernos que no mejora si tomamos los de Gallup para 2016 y referidos a la Unión Europea y los Estados Unidos. El tema es el de la mayor o menor confianza de los ciudadanos en sus respectivos gobiernos. La mayor desconfianza la muestran los griegos (81 por ciento de las respuestas van en esa dirección), seguida por Italia (75 por ciento), Francia (70), Estados Unidos y España (empatados a 69). Para completar, Bélgica, Reino Unido, Austria, Portugal y Dinamarca proporcionan respuestas de más del 50 por ciento.

Para algunos de estos países, la desconfianza hacia sus gobiernos puede haber aumentado. Pienso en el gobierno de izquierdas («populistas», dicen) de Grecia enfrentándose a huelgas generales gracias a sus duras políticas de austeridad más propias de las «derechas». O en el gobierno de los Estados Unidos, incumpliendo promesas y enzarzándose en escándalos que llegan hasta al yernísimo (no Villaverde, que lo fue de Franco, sino Kushner que lo es de Trump).

Sobre estos datos, y otros igualmente constatables, se pueden alzar voces diferentes intentando explicarlos, junto a las que levantan acta de los riesgos importantes que corre el sistema democrático o, por lo menos, la democracia tal como se entiende habitualmente.

Un primer grupo lo forman los que lo achacan al «neoliberalismo» o, como dicen otros, al fundamentalismo del mercado. «Menos Estado, más mercado» queda bien hasta que el mercado, propuesto como criterio absoluto, muestra su rostro desigualitario. Y es que la democracia, para funcionar decentemente, presupone un cierto grado de igualdad. O, para ponerlo en modo menos problemático, la democracia entra en crisis cuando la desigualdad aumenta y los ciudadanos perciben ese aumento resumido en un «ricos más ricos, pobres más pobres» y se dan cuenta de que las zarandajas sobre el PIB son eso: zarandajas, sobre todo cuando el dicho se traduce en «los poderosos más poderosos, los vulnerables más vulnerables». No hay voto que valga.

Para desdicha de la democracia, los medios puestos en práctica para suavizar los efectos de tal proceso de desigualdad suelen producir un «efecto bumerán», volviéndose contra los que los lanzaron. Por supuesto están las teorías de la conspiración, la atribución a una supuesta «trama»de todos los males que nos aquejan. Si eso es así, se piensa, la respuesta democrática es inútil y lo que hace falta es una buena dictadura. Pero los procesos de desigualdad también pueden ponerse en sordina mediante la creación de sucesos espectaculares, más propios de televisión que de prensa escrita, con los que la atención queda convenientemente desviada... hasta que el truco deja de funcionar y un niño grita «el rey está desnudo» y el «suceso» es puesto en su justa medida, apareciendo, en cambio, los problemas de fondo.

La clase política (que algunos llamaron «casta» hasta que formaron parte de ella) también tiene algo que ver con este descrédito al que me estoy refiriendo. Están, faltaría más, los egos hinchados de políticos como los que ingresan en grupo en los parlamentos. No hace falta ir a Washington y encontrarse al que algunos tachan de «narcisista patológico». Basta con dar un vistazo a ayuntamientos, diputaciones, gobiernos autónomos y central para encontrar especímenes de tales egolatrías que, encima, empeoran cuando confunden la acción política con teatro político. No es solo cuestión de todo eso de las narrativas y relatos: es la producción de hechos espectaculares para «interesar» al ciudadano al que solo interesan mientras dura el «show». Después, viene una sucesión de distracciones hasta que el ciudadano se da cuenta de que le están tomando el pelo y contesta a las encuestas como se ha visto. Y no entro en maniobras subterráneas, amenazas, compra de voluntades de los medios (o intento), sobornos y, sí, corruptelas.

Mientras el descrédito por la democracia crece en una dirección, en la otra se produce el auge de los extremismos (de derecha, de izquierda, musulmanes, cristianos, defensores de una sola causa) convencidos de tener toda la razón y todo el derecho a actuar en consecuencia. Hiperdemocráticos frecuentemente en su vocabulario, olvidan que democracia es reconocer que quizá otros puedan tener algo de razón.

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