Se habla del PSOE reformista de Felipe González y del PSOE izquierdista de Pedro Sánchez como si hubieran competido uno contra otro en unas primarias, no sé si de 1982 o de 2017. Es como en El otro, el relato donde el Jorge Luis Borges de 1969 es soñado por el Jorge Luis Borges de 1918. (No sé si lo cuento bien: las paradojas temporales me dejan temporalmente paradójico).

En esta comparación en la que el tiempo ha desaparecido son las 10 de la mañana y Pedro Sánchez está recostado en un banco, frente al río Charles. De pronto, al otro extremo, se sienta un Felipe González que ha ganado las elecciones generales tres años después de apostar todo su carisma contra la ideología marxista. «Hay que ser socialistas antes que marxistas». Para que volviera a presentarse a la Secretaría General del PSOE, los socialistas tuvieron que elegir entre Karl y Felipe y ganó Felipe. Ahora, gobierna España.

Al lado, 11 congresos después, está recostado ese Pedro Sánchez que dimitió de la Secretaría General del partido dos años y tres meses después de ser elegido por los militantes y vuelve a ser secretario general reelegido por los militantes. Quiere gobernar con un PSOE de izquierdas socialdemócrata.

¡Cuiden su ganado, sus tierras y sus viviendas: llega la incautación! No son reformas, es la dictadura del proletariado. No ha pasado el tiempo, no ha caído el muro de Berlín, no se ha recalibrado el fiel de la balanza política aunque lo que en 1982 eran la derecha y la extrema derecha, ahora se llama centro.

González decepcionó a su izquierda pero hizo reformas en los ochenta que ni puede soñar el izquierdismo del siglo XXI de Sánchez. La crisis del socialismo es que no sabe quién está soñando a quién.