Uno de los exponentes más visibles y desalentadores de la exclusión social lo constituyen las personas que, careciendo de hogar y alojamiento, viven en nuestras calles, de manera temporal, permanente o de forma itinerante. Es lo que se denomina como «sinhogarismo», un neologismo que está empezando a generalizarse para definir la situación de aquellas personas que no pueden acceder o conservar un alojamiento adecuado a sus circunstancias personales de forma duradera, capaz de proporcionar una convivencia estable, debido a razones económicas, barreras sociales o bien porque presentan dificultades para tener una vida autónoma. Este concepto presenta algunas ventajas respecto a otros, como transeúnte, sintecho, indigente o mendigo, ya que es mucho más preciso en la definición, eliminando valoraciones estigmatizadoras que no ayudan a comprender e intervenir sobre la problemática.

No estamos, ni mucho menos, ante un fenómeno nuevo, si bien nuestras ciudades registran un aumento de personas que duermen y viven en las calles en los últimos años, debido a los dañinos efectos generados por las políticas de ajuste aplicadas durante la última gran crisis, particularmente en países del Sur de Europa, junto al aumento y la extensión de fenómenos novedosos de vulnerabilidad social. De esta forma, la situación de quienes viven en nuestras calles de manera habitual ha desbordado los perfiles tradicionales de personas en situaciones de marginación, extendiéndose a otras muchas que han perdido sus viviendas por desahucios, a mayores de 45 años que han sido despedidos y no encuentran empleo, a inmigrantes que no pueden renovar sus permisos o regularizarse, así como a otras personas que por diferentes causas pierden sus redes familiares, por señalar las más destacables. Así, cuantas más personas duermen en nuestras calles, más fallos y deficiencias presenta nuestra sociedad por haber llevado a estas personas a situaciones extremas, sin ofrecerles posibilidades para que puedan vivir con un mínimo de dignidad. Seguramente por ello, muchos ayuntamientos prefieren mirar para otro lado, sin reconocer el fracaso que supone que dentro de los cajeros de muchos bancos o en sus parques y jardines haya personas malviviendo en estas condiciones, como si formaran parte del mobiliario urbano.

Es cierto que los problemas que conducen a tener que vivir en la calle suelen ir acompañados de otras situaciones personales y emocionales muy duras, llevando asociadas patologías mentales o de conducta, poliadicciones o abandono en el cuidado personal que les producen un mayor daño físico y emocional. Por ello, la intervención con este colectivo no es nada sencilla, necesitando con frecuencia de equipos multidisciplinares y dispositivos múltiples debido al grado de deterioro que muchas de estas personas presentan.

La importancia del fenómeno ha llevado a algunos ayuntamientos punteros a poner en marcha planes pioneros de atención a personas sin hogar, destacando entre todos ellos el «Plan de lucha contra el sinhogarismo de Barcelona, 2016-2020», al frente del cual se encuentra el sociólogo Albert Sales. La ciudad de Barcelona ha venido realizando en los últimos años un recuento minucioso de todas las personas que duermen en sus calles, obteniendo así una fotografía muy precisa que ha permitido conocer las necesidades, identificar los perfiles e implementar los recursos sociales adecuados, siendo el más avanzado de toda España.

Uno de los criterios que maneja la Red de Personas Sin Hogar de Barcelona, de la que forman parte 32 entidades especializadas de acción social de la ciudad, es no utilizar grandes centros residenciales colectivos, sino trabajar con pisos normalizados de pequeña capacidad que permiten dar una atención de calidad individualizada y facilitar la convivencia, respetando mucho más la intimidad y mejorando con ello las relaciones personales. Bien es cierto que en los últimos años, la especulación que vive el mercado de alquiler junto a un uso predominantemente turístico de estas viviendas está dificultando el acceso a pisos, cada vez más caros y escasos, aumentando con ello los procesos de expulsión residencial que atraviesan muchos barrios de la ciudad. Y por si fuera poco, empieza a aparecer un grupo cada vez más numeroso de personas con empleo que no tienen hogar y que cobran salarios tan bajos que no les permiten acceder a un alojamiento.

El proceso de elaboración del plan ha contado con la intervención activa de personas afectadas por el sinhogarismo, que vivían en la calle, debatiendo y aportando sus experiencias y puntos de vista, junto a ONG especializadas y técnicos sociales. Con ello, en abril de 2016 se formó un grupo de trabajo dentro del Consejo Municipal de Bienestar Social, manteniendo cinco sesiones sobre este plan. Posiblemente una de las propuestas más interesantes ha sido la de crear dispositivos de alerta que traten de evitar que las personas acaben en la calle, en coordinación con los centros sociales municipales y contando con la intervención del Plan de Vivienda del Ayuntamiento de Barcelona, que utiliza las llamadas «viviendas de transición».

¿Y Alicante? Durante la campaña electoral quienes gobiernan en la actualidad no paraban de hablar de emergencia social, pero ahora actúan de una manera muy distinta.

@carlosgomezgil