Resulta inquietante comprobar hasta dónde es capaz de llegar la imaginación del ser humano (preñada de cinismo) con tal de no reconocer la realidad que le rodea, la verdad que le persigue. Para llegar a tal grado de pérfida sofisticación, algunos y algunas no han encontrado mejor arma que la perversión del lenguaje, la reutilización de la palabra y sus significados adaptándola a los siniestros fines que persiguen. Una suerte de oxímoron invertido donde nada es lo que parece y todo parece lo contrario de nada. Cuando los nazis llevaban a sus campos de concentración a millones de víctimas para asesinarlas de manera metódica y fría, a la puerta del infame lugar del suplicio se leía «el trabajo te hará libre». Bajo el arco de esa pérfida frase de bienvenida pasaron niños, mujeres, ancianos, hombres y toda la dignidad humana masacrada por el credo del nazismo. Trabajo y libertad.

Cuando lo regímenes comunistas detenían -y siguen deteniendo- a quienes dudaban de la bondad del paraíso comunista (incluso poniendo en tela de juicio su existencia? la del paraíso, digo), sometiéndoles a torturas, simulación de juicio y posterior ejecución, siempre les decían que era por su propio bien, que debían aceptarlo como única medicina posible para su curación dado el camino equivocado por el que transitaban. Vas a sufrir, vas a morir, sí, pero salvarás tu alma proletaria, irás al paraíso comunista libre de todo pecado. Tortura y salvación.

Nada ha cambiado. Hoy asistimos, más que nunca, a esa misma perversión del lenguaje utilizada como arma anestésica que duerme al ser humano en el vació ideológico, moral, cultural y existencial. Y no hay mejor laboratorio donde poder demostrar esta superchería, esta degradación, que todo lo referido al terrorismo islamista. Con tal de minimizar, disimular, esconder, banalizar e incluso «comprender» en algunos casos ese terrorismo, la sociedad bienpensante, los amigos del multiculturalismo unidireccional, la progresía conceptual, la «gauche divine», no hace otra cosa que darle vueltas y vueltas de «tuerka» al lenguaje para justificarse en su pusilanimidad, en su cobarde ambigüedad. En vez de reconocer sin matices que no existe otro terrorismo que el islamista, retuercen el lenguaje, los significados, la realidad, hasta convertirla en una grotesca paradoja. Cobardía y miedo.

De esos cultivos sembrados en los campos de la banalidad del mal -en expresión de la filósofa judía alemana Hannah Arendt-, de esas emponzoñadas semillas, nace la imagen gráfica del «lobo solitario», uno de los providenciales placebos inventados por la industria del buenismo multicultural para aliviar las atormentadas conciencias de quienes, aún a sabiendas de dónde viene el terror, cuál es su origen, siguen curvando el lenguaje, envileciéndolo, para esconder una realidad que conocen muy bien aunque miren al otro lado. Mientras hablen de lobos solitarios para referirse a los autores del terrorismo islámico, no se enfrentan a la manada, al grupo, al origen; allí donde nace, se alimenta, crece, se desarrolla, se organiza y dirige la fábrica del terror. El vecino de al lado. Tolerancia y dejación.

Para acreditar la falsedad de los sueños buenistas del lobo solitario, dan fe las declaraciones del exjuez antiterrorista francés Marc Trévidic a El País hace más de un año: «No existen los lobos solitarios; no se trata de actos aislados». «Si destruimos el ISIS nacerá otro grupo terrorista». Y concluía con la rotunda admonición: «A largo plazo, necesitamos luchar contra la ideología». Ahí está la clave, la ideología. Y eso es lo que no quiere ver el buenismo multicultural, a lo que no quiere enfrentarse la cobarde progresía occidental. Esa es la peligrosa fisura por donde penetra el terrorismo islamista, la ideología. Ellos y ellas siguen prefiriendo pensar en lobos solitarios, en que no hay nada ni nadie detrás, en que no existe conexión con ideología alguna, con países y sociedades perfectamente estructuradas.

Y cuando el mal de este artero y cobarde buenismo, del populismo de extrema izquierda que nos asola, se instala en las sociedades libres, surge el caso de Ignacio Echeverría, el español que dio su vida luchando contra los terroristas y por la libertad. El ayuntamiento de su ciudad natal, Ferrol, se negó a ningún tipo de mención y homenaje porque «Este chico -reparen lo de chico- no tenía vinculación con la ciudad». El alcalde es Jorge Juan Suárez, de Ferrol en Común Podemos. Tras la indignación desatada -solo tras la indignación- dicen que le pondrán una placa sin saber cuándo ni dónde. ¿Se dan cuenta ustedes dos de la auténtica dimensión del problema? Yo sí.

Para quienes todavía creen en lobos solitarios -¿inocentemente?-, conviene recordar que después de los crímenes del terrorismo islamista de Londres, donde asesinaron a dos ciudadanos australianos, se celebró en Adelaida el partido de fútbol entre las selecciones de Australia y Arabia Saudí. ¿Alguna novedad que no conozca la «gauche divine»? No. La selección de Arabia Saudí se negó a respetar el minuto de silencio «porque no pertenece a su cultura». Ese es el verdadero rostro de la Alianza de Civilizaciones, de la Multiculturalidad en una sola dirección. ¿Lobo solitario? La manada.