Es pronto para afirmarlo pero ya no para considerarlo. En base a tres hechos: las elecciones británicas, las francesas y los crecientes problemas de Trump.

En Gran Bretaña, Theresa May convocó elecciones anticipadas confiando en incrementar la escasa mayoría absoluta heredada de Cameron. Pidió el voto con un objetivo populista: negociar en Bruselas un «Brexit» duro. Los conservadores han perdido doce diputados y la mayoría absoluta mientras el Labour de Jeremy Corbyn, acusado de radical y con muy malas encuestas, ha tendido una notable subida de votos y escaños. Y la razón no parece ningún giro a la izquierda porque el incremento del voto laborista ha sido muy superior a la media en aquellas circunscripciones en las que fue más alto el voto a favor de permanecer en la UE.

Al parecer ha habido conservadores a los que Corbyn no sólo no ha asustado sino que lo han preferido para rechazar el populismo antieuropeo de May.

Francia. Marine Le Pen tuvo ya en la primera vuelta de las presidenciales un voto inferior al de las elecciones regionales de hace dos años. En la segunda vuelta, Macron la hundió y el motivo principal fue el lío que se hizo la dirigente populista al intentar convencer de la conveniencia de salir del euro. El euro genera protestas, otra cosa es abandonarlo.

Y en la primera vuelta de las legislativas el Frente Nacional ha caído al 13%. El domingo en la segunda vuelta parece que el centrista y europeísta Emmanuelle Macron obtendrá no sólo mayoría absoluta sino que rondará los 400 diputados (sobre 577) y que por lo tanto tendrá vía libre para su programa de convergencia económica con Alemania.

Finalmente, Trump. No sólo sus pronósticos de revuelta populista europea en Holanda y en Francia no se han cumplido, sino que experimenta fuertes dificultades internas. El cese del director del FBI ha provocado el nombramiento de un fiscal especial (con muchos poderes) para investigar las relaciones de la campaña de Trump con Rusia. Y este fiscal especial estudia si Trump puede ser acusado de haber intentado obstruir la acción de la justicia.

Sería algo que podría originar un impeachment (destitución del presidente), que en todo caso no sería inmediato. De momento la comunicación por Twitter del presidente ha perdido empuje. Sus abogados temen que sus pocos reflexionados tuits puedan perjudicarle en los tribunales.