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Fernando Ull

Un héroe en monopatín

Si yo tuviese el talento de Arturo Pérez Reverte escribiría una emocionante semblanza de Ignacio Echeverría -asesinado por tres terroristas cuando trataba de proteger a un policía- en la que resaltaría su sentido del honor y su valentía, caracteres que suele atribuir este escritor a los personajes de sus novelas. Haría una descripción a cámara lenta de los instantes inmediatamente anteriores al momento en que decidió lanzarse a por los tres asesinos así como de la pelea en la que destacaría la cobardía de que fueran a por él los tres a la vez, para terminar con alguna bella y heroica frase que, sin duda, pondría Pérez Reverte en boca de Echeverría en el momento final de la lucha.

Si es en las situaciones difíciles cuando cada uno de nosotros demuestra de qué pasta está hecho, Ignacio Echeverría nos enseñó que es en momentos de peligro extremo cuando tu vida cristaliza en una sola acción y en solo lugar. Que ocurra es muy difícil. Me refiero a que tengamos la oportunidad de demostrarlo. Porque aunque a lo largo de nuestras vidas tenemos muchas oportunidades por las que ponemos en práctica conceptos como la honradez, la justicia, la igualdad y la defensa de los derechos de los más desfavorecidos, son casi siempre de escasa importancia. Sin embargo, cuando hemos sabido a cerca de la vida de Ignacio Echeverría no nos ha sorprendido que al ver a tres sujetos acuchillando a un policía se lanzase a tratar de impedirlo.

Ser licenciado en Derecho, tener un máster y hablar cuatro idiomas le permitieron acceder a una clase de trabajos en los que pudo constatar las tremendas injusticias que se producen en la economía y que condenan a la mayor parte de la población mundial a vivir en la miseria. Desde su puesto de trabajo en un banco combatía e impedía los movimientos de capitales sospechosos de tener detrás a bandas criminales, situación que le llevó a enfrentarse a sus superiores en numerosas ocasiones -más interesados en cobrar las comisiones por estos movimientos que en averiguar de dónde procedía el dinero- e incluso a ser despedido por negarse a aceptar maniobras sospechosas de ser delito.

Cuando terminaba su jornada laboral - y en sus vacaciones- se quitaba el traje y la corbata para irse a hacer surf o a practicar con su monopatín con otros compañeros de deporte que, con el paso de los años, fueron siendo cada vez más jóvenes que él. Nunca discriminaba a nadie por su aspecto físico o por el trabajo que tuviese al contrario que esa clase de personas que miran por encima del hombro a todo aquel que tenga un trabajo que no esté bien visto como camarero o barrendero. Echeverría repartía su cordialidad y bohonomía entre todos aquellos que lo conocían.

Excelente lector y con gran curiosidad intelectual y cultural, Ignacio Echeverría se ajustaba al resultado de un reciente estudio de la Kingston University de Londres que llegó a la conclusión de que las personas que leen asiduamente tienen una mayor capacidad de empatía, de comprender a los demás y de ponerse en su lugar y por tanto de ayudarles en caso de necesidad frente a los que pasan su tiempo libre delante de la televisión -ahora que tan de moda están las series televisivas- o en un bar que desarrollan una tendencia a la insensibilidad ante los problemas ajenos y una gran incapacidad de dialogar.

Me ha recordado su acción a los escasos ejemplos de lucha por la libertad que hubo en el País Vasco durante la existencia de ETA por parte de personas anónimas -o no- que en ocasiones también perdieron la vida por ello.

Podría pensarse, por tanto, que el acto heroico de lanzarse con un monopatín para enfrentarse a tres terroristas armados con cuchillos fue en realidad la lógica consecuencia de una forma de ser y de vivir. Cuando se repasa el pasado de Ignacio Echeverría vemos normal que, con arreglo a sus ideas, no dudase un momento en defender a otra persona de un ataque terrorista. Se limitó a poner en práctica su ideario personal. Con el paso del tiempo nos hemos acostumbrado a las relaciones personales superficiales, a la hipocresía social de aparentar una sociabilidad que desaparece con facilidad. Cuando tenemos un problema suele abrirse hueco a nuestro alrededor y aquellas personas que buscaban nuestra compañía o nos llamaban por teléfono dejan de hacerlo. También suele ocurrir que aquellos a los que ayudamos durante algún tiempo y que nunca dieron las gracias por ello desaparezcan cuando cesa la ayuda, dejando bien claro que la amistad se debió únicamente a su interés personal.

La familia de Ignacio Echeverría se ha refugiado, para mitigar su dolor, en el recuerdo de su heroicidad y, sobre todo, en su fe católica. Los que no tenemos convicciones religiosas le recordaremos como ejemplo de lucha por la libertad frente al fanatismo religioso y por su arrojo en la defensa de una vida humana.

Fernando Ull Barbat es abogado

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