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Cuarenta años y un día

El debate era, a todas luces, evitable, y sin embargo no han querido ahorrarnos el trance y han dedicado más tiempo del que hacía falta a discutir sobre el vacío y sus aledaños

He estado, he de confesarlo, un poco despistado del debate parlamentario en torno a la moción de censura presentada por Podemos. Uno siempre acaba midiendo la vida según su propia talla (es lógico y humano), y he llegado a una tristísima conclusión en todo esto: si algo, en teoría, tan trascendente y tan importante para un país como una moción de censura contra el presidente del Gobierno me resbala más bien bastante, intuyo que a la mayoría de los ciudadanos les importa aún menos.

Quizás fuese porque todos sabíamos que era imposible que la moción prosperara, y además todos conocíamos, también, la dirección del voto de cada uno de los grupos parlamentarios. Así que el debate y su artificialidad era, a todas luces, evitable, y sin embargo no han querido ahorrarnos el trance y han dedicado más tiempo (tiempo que le pagamos entre todos) del que hacía falta a discutir sobre el vacío y sus aledaños.

Tengo la sensación de que estas cosas no hacen sino alejar a la ciudadanía de la política, que acaso sea la intención. Justo en estos días en los que se cumplen cuarenta años de las primeras elecciones democráticas, tiene uno la tendencia a echar la vista atrás y hacer comparaciones. Yo era un niño aquel 15 de junio de 1977, pero lo recuerdo todo nítidamente, como se recuerda siempre lo que se ve por vez primera. Había en mi casa una alegre excitación. Ninguno de mis mayores había votado jamás en libertad, y se les veían las ganas, la ilusión de los estrenos.

Entonces nadie pensaba en irse a la playa el día electoral, al menos no hasta haber ejercido el derecho. La política era de interés general, nadie quedaba al margen.

Después de cuatro décadas, a España, como en la lapidaria frase de Alfonso Guerra, no la reconoce ni la madre que la parió. Es innegable el radical cambio que se ha producido en nuestro país, su vertiginoso camino hacia la modernidad, pero el proceso no sé si ha sido tan bueno en todos los aspectos. Me preocupa este desinterés enorme que nos embarga, ese por el cual mandamos a políticos de tan poco lustre al Parlamento y les dejamos allí mientras nosotros seguimos a lo nuestro, hablando del calor en verano y del frío en invierno, cosas que siempre nos parecen nuevas y extraordinarias.

Cuarenta años y un día después, esto ha dejado de interesarnos. Hemos construido una democracia que se aburre de sí misma mientras mira por la ventana y trata de averiguar si hoy hará más calor que ayer.

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