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Ritos de paso

La censura

No sé qué sensaciones habrá provocado la reciente moción de censura del diputado Iglesias al presidente del gobierno de España, Mariano Rajoy. No lo sé porque lo que leo me suena a chino. He debido estar en el canal de televisión equivocado porque en ninguna parte encuentro comentario alguno, al menos de manera clara, respecto al gran favor que le ha hecho el señor de la coleta al señor de Pontevedra.

Mariano Rajoy entró desde el principio al trapo y, aunque no estuvo en su mejor nivel dialéctico parlamentario -que lo tiene, y mucho- apuró el efecto de ponerse al frente de la manifestación, lo cual era su obligación, por otra parte. Con todo ello, con ese tono de sargento de campo de concentración siberiano o de cura pederasta, el señor Iglesias continuó en la labor que la derecha y los poderes de verdad le han encomendado desde el principio, y que el cumple a rajatabla: hay que impedir que el PSOE vuelva a ser un partido con posibilidades de gobernar este país. Y lo del martes y el miércoles fue un nuevo capítulo de esa serie, un nuevo estacazo para que la izquierda democrática enderece los desastres sociales que se han perpetrado con el pretexto de la crisis, las desigualdades, las injusticias y los abandonos de los que peor lo pasan. Es muy probable que Rajoy consiga agotar la legislatura y, también, que se vuelva a presentar y a ganar, y a gobernar. Y eso es así porque Podemos ayuda con su discurso sulfúrico y estéril y porque el PSOE todavía no se ha dado cuenta de dónde le vienen las bofetadas, las que hacen daño de verdad.

Veremos mañana su congreso, contemplaremos alguna que otra venganza, más de una postura incomprensible, desdenes y desprecios teñidos de unidad imposible, y a un secretario general rodeado de una ejecutiva imposible en el acierto y experta en el error. Pero se quieren así, la militancia habló, camino del precipicio, impotentes para entrar en razón, para elaborar un discurso socialdemócrata acorde con los tiempos y capaz de ilusionar y de colocar unas gotitas de esperanza en las mentes de los más desesperados. Ahora que se han cumplido cuarenta años de aquellas primeras elecciones después de otros cuarenta, parece que no va a quedar otro remedio que volver a la abstención, o a las barricadas literarias. Porque la participación se hace obtusa y vuelve a confundir. Bienvenidos al milenarismo del siglo XXI, una nueva edad media en periodo digital.

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