urante la última reunión del Comité Nacional del PSPV se evidenció que el significado de la victoria de Pedro Sánchez pretende ser artificialmente estirado por algunos hasta el punto de cuestionar el liderazgo de Ximo Puig. Se dio a entender en aquel cónclave que podría estar barruntándose la posibilidad de hacer competir un candidato sanchista con el actual secretario general, descansando esta idea, según ellos, en una más que eficaz bicefalia.

Aunque esta pretensión sea muy legítima, pues se asienta en criterios democráticos, también es cierto que el Partido Socialista tiene una inequívoca vocación institucional, hasta el extremo de respetar al titular de la Presidencia de la Generalitat, salvo que sea objeto de modificación estatutaria. Ese respeto institucional se debe a una extensión de la voluntad popular y de la responsabilidad que conlleva estar al frente de un proyecto respaldado parlamentariamente. Sin embargo, parece existir la tentación de separar la presidencia de la Generalitat de la secretaria general del partido como excusa para justificar la pugna por el liderazgo del PSPV. Esta separación, más aún cuando se está gobernando, no tiene un fundamento sensato, más allá del «quítate tú para ponerme yo», sin medir el desgaste que ello genera en la percepción ciudadana del partido. Siempre he entendido que los liderazgos no deben ser divididos, más bien al contrario, necesitan el refuerzo del partido para ejercer con solvencia la responsabilidad que le otorga la ciudadanía. De lo contrario, el partido dejaría de ser el instrumento político que está llamado a servir a los ciudadanos.

Me temo mucho que este mismo planteamiento se hará extensivo a las asambleas locales de municipios donde el Partido Socialista gobierna. Sin embargo, nos confundiríamos mucho si pensáramos que el relato de las primarias que ganó Pedro Sánchez es el mismo que leemos en la Comunidad Valenciana o cualquier otro municipio. La interpretación hecha por la militancia de aquel manido Comité Federal que terminó con la dimisión de Sánchez, así como la nula campaña hecha por Susana Díaz, llevó consigo el respaldo mayoritario a favor del primero, pero no se debe extrapolar lo sucedido en una convocatoria nacional con lo que pueda o deba ocurrir en otros territorios. Esa nueva mayoría, que se repite como un mantra, no sirve de argumento suficiente para poner en jaque presidencias y alcaldías, a no ser que el objetivo sea ese «quítate tú». No obstante, además de falta de relato político, es difícil pensar que exista una nueva mayoría que contradiga los elementos esenciales que han caracterizado al Partido Socialista como organización con vocación de gobierno y de los que la militancia es muy consciente. Por ello, se podría calificar de error histórico la provocación de una ruptura interna del partido cuando está en juego el sostenimiento de un gobierno, que se comparte con otras organizaciones políticas que pretenden, a su vez, apartar el Partido Socialista de la hegemonía de la izquierda. El momento actual es más proclive a demostrar a los electores que se puede confiar en la fortaleza del PSOE para seguir al frente de las instituciones que gobierna. Sin duda, también es cierto que hay que provocar una mayor participación de la militancia en esa empresa a través de nuevos y renovados canales de participación. Esto último sí es lo que debe presidir los debates orgánicos.