No puede uno encontrar más tontos en las denominadas plataformas en defensa de lo público. Se arrogan la potestad de representar la defensa de la sanidad pública como si los demás no quisiéramos defenderla. La esquizofrenia con la que se mueven algunas de estas personas plantea si hacen poco el amor en casa pero joden mucho fuera. Porque después de escuchar la sarta de «tontás» que han vomitado contra el donativo, al Estado que somos todos, de Amancio Ortega, quiero hacer algunas reflexiones.

Lo primero que viene a la cabeza son sus comentarios repugnantes sobre una persona hecha a sí mismo, a la que la vida le ha ido bien porque ha trabajado mucho. Esos comentarios en contra del empresario triunfador solo reflejan un estado de «encabronamiento» porque no pueden entender que a la gente le vaya bien. Porque no creen, por supuesto, en la empresa privada y en los beneficios sociales que se engendran, como miles de puestos de trabajo y riqueza para todos. Esto no se lo puedo explicar, ese día cerraron las orejas en el cole, ante el supuesto colectivismo que denigra al empresario.

Lo segundo que he de decir es que esta sarta de «sabelotodo» tiene envidia hasta decir basta. Ese defecto tan hispánico de pensar que al que le va bien en la vida, algo mal habrá hecho. Los envidiosos tienen ardor de continuo. Porque están segregando bilis regularmente ante el éxito de los demás. Hay que ser agrio para enfadarse porque en la vida le haya ido bien al prójimo.

Lo tercero es que estos sólo creen en el Estado, y no en el individuo. Creen en una sociedad en la que el Estado regule nuestras vidas y nos diga hasta qué comer, qué vestir? y acabarán organizándonos la cama. Un modelo de sociedad colectivista ensayado en los colectivos comunistas con el «éxito» ya conocido. El individuo, y su poder, quedan supeditados a supra organizaciones que asumen el control de sus vidas. Y para las que no hay crítica, ni cuestionamiento.

Lo cuarto es que esta banda de «defensores de lo público» no cree en la política. Porque si creyesen entenderían que lo público se construye a base de reflexiones políticas con la democracia representativa que tenemos. Y ellos, de momento solo se representan a sí mismos. No representan al Estado que dicen defender. Yo lo represento más porque me han elegido mis conciudadanos como concejal. Si quieren representación, que la consigan. Pero esa supuesta autoridad moral con argumentarios baratos de defensa de lo público solo puede reflejar su impotencia, o incapacidad, para convencer al resto de ciudadanos de sus bondades.

Lo quinto es que no saben lo que significa la filantropía. Porque ellos quieren un Estado papá y son incapaces de pensar que los ciudadanos que configuran ese Estado tienen derecho a hacer con su dinero, una vez han cumplido con la ley, lo que les rote. Y viene el Señor Ortega, y en vez de gastárselo en viajes y copas, se lo entrega al Estado, que somos todos, y lo critican. Entregar filantrópicamente al Estado lo que tengo, es un derecho. Y el Estado puede o no recibirlo. Pero criticar que un individuo quiera devolver más a la sociedad que le ha ayudado a ser un hombre rico, me parece una patología a estudiar.

Y sexto y último, estos criticones no se paran a pensar a quién ayuda esta ayuda. Porque si escuchasen a las madres y padres de todos esos niños con cáncer que van a mejorar su calidad asistencial y de vida, a lo mejor se les creaba alguna contradicción. Pero es tan grande su envidia, su ruin comportamiento, su esquizofrénico razonamiento, que ni con pastillas lo curamos. Lo mejor es aislar en esas organizaciones a todos esos mal pensantes y dejarles que alimenten su propia mentira colectiva.

Hay que gritar bien alto: «Olé los cataplines del Señor Amancio Ortega». La gran mayoría de individuos, que también somos personas, que pertenecemos al Estado y estamos por defender nuestra maravillosa sanidad pública, estamos por agradecer este gesto de persona de bien. Si algunos le quieren buscar tres pies al gato, lo normal es que se queden más solos que la una. Ojalá hubiera más gestos como el de este señor. Y menos mezquindad.