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Juan R. Gil

La irresistible tentación de la ruleta rusa

La izquierda llega al ecuador de la legislatura con problemas en los tres partidos que firmaron el pacto del Botánico. Podemos está en la irrelevancia, Compromís sufre donde más le duele y el PSPV juega con fuego.

No sé si ellos -digo por el PSPV, por Compromís y por Podemos, que está pero no está-, son conscientes, pero la izquierda gobernante es justo ahora, en este preciso momento, cuando se está jugando continuar al frente del Consell después de 2019. Y esa partida no es que esté perdida. Pero tampoco va bien.

De los tres firmantes del Pacto del Botánico, el que dio parte de sus votos pero no entró en el gobierno, Podemos, vive en la extraña situación de encarnar la irrelevancia más absoluta, algo a lo que sus líderes nacionales, tan estridentes, no están acostumbrados, pero que aquí, más que un síntoma, puede considerarse ya una enfermedad crónica. Sea porque no han sabido definir jamás qué representan en la Comunidad Valenciana, sea porque el espacio que pretenden ocupar ya está colonizado por el partido de Mónica Oltra, sea por incapacidad o por inexperiencia, el caso es que este territorio es, de entre todos aquellos donde Podemos tiene representación, probablemente el que menos note su presencia.

¿Cómo se trasladará eso a las urnas en las elecciones municipales y autonómicas de 2019? Difícil saberlo. Cualquiera tendría la tentación fácil de asignarle una buena porción de los votos que Podemos tuvo hace dos años directamente a Compromís. Pero la coalición tampoco está exenta de problemas. No sólo merced a la política desarrollada por Marzà en Educación, que cada día contribuye a que Compromís sea tomado más por un partido del nacionalismo antiguo que por una formación de izquierdas moderna. No sólo por eso. También por el error de Mónica Oltra de compaginar la vicepresidencia con la responsabilidad directa en materia de bienestar social, una manzana envenenada que un bienio después erosiona su imagen desayuno tras desayuno, cuando no son los menores son los dependientes y cuando no los desahuciados. Después (mejor dicho: en medio) de la crisis más grave desde el crak del 29, la líder de Compromís debía haber tenido en cuenta que la lucha contra la exclusión social no era tarea de una sola legislatura, pero que sin embargo nadie le iba a dar tregua ni tiempo. Ahora se le echan encima quienes no entienden que la misma dirigente que defiende el gasto de más de 50 millones en volver a poner en marcha una televisión pública degradada, alegue falta de medios para combatir la desigualdad. Es demagógico el argumento, por supuesto; pero es un puñetazo diario.

Podemos y Compromís, pues, no llegan al ecuador de la legislatura en condiciones de tirar cohetes. Pero el enfermo que peor cara tiene es el PSPV. El comité nacional socialista celebrado esta semana, pese a acabar adoptando todos sus acuerdos por unanimidad, confirmó lo que ya se preveía: que los denominados «sanchistas» no vienen a renovar el PSPV, sino a quedárselo. Los vencedores que llevaron a Pedro Sánchez a ganar las primarias para la secretaría general del PSOE en esta comunidad, mientras el jefe del Consell apoyaba a la candidata derrotada, reclaman ahora su botín y corean el vae victis. Ni es sorprendente ni es ilegítimo. Es política. Pero puede ser un error que paguen gravísimo si la situación termina por írsele de las manos.

El comportamiento en ese sentido del nuevo hombre fuerte del PSOE a escala estatal, el valenciano José Luis Ábalos, no puede ser más explícito. Ni más incoherente. Pese a que Ximo Puig es secretario general porque ganó en un congreso para el que se prepararon otros dos aspirantes, y fue candidato a la presidencia de la Generalitat porque se impuso en las únicas primarias que una organización socialista grande ha celebrado en España convocando, no sólo a los afiliados, sino también a los simpatizantes, Ábalos ha manifestado reiteradamente que a él lo que le gustan son las bicefalias e incluso ha puesto como ejemplo que, siendo secretario general de Valencia, apostó por Ana Noguera como candidata a la Alcaldía de la capital del cap i casal. Siguiendo su razonamiento hay que pensar que Ábalos considera que Pedro Sánchez, ganada la secretaría general del PSOE, no debe ser el candidato del partido a la presidencia del Gobierno, y que no le importa perder por más de veinte puntos frente al PP, que es lo que Rita Barberá le sacó a Ana Noguera la noche de autos de 1999. Por no hablar ya de que, los que en 2017 quieren refundar «el PSOE del siglo XXI», retrocedan incluso a antes del 2000 cuando quieren poner ejemplos. Muchos de los que tienen que votar en las próximas elecciones de 2019 al partido que quiere refundar Ábalos no habían nacido cuando él jugaba a las bicefalias, no sé si ha reparado el futuro secretario federal de Organización del PSOE.

Los socialistas del País Valenciano irán a congreso el 29 de julio próximo, en Elche. Los «sanchistas» han acusado a Puig de acelerar el cónclave, a pesar de que la fecha y el lugar fue anunciado por el president de la Generalitat en este periódico el pasado mes de abril, mucho antes de que se celebraran las primarias que han devuelto a Pedro Sánchez el mando en el PSOE. La gente capitaneada por Ábalos sólo está, de momento, tanteando el terreno. Cuentan con el viento a favor del contundente resultado que obtuvieron el pasado 21 de mayo en prácticamente todas las agrupaciones socialistas de la Comunidad, pero tienen experiencia de sobra también para saber que, aunque lo parezca, no es lo mismo votar para poner a Sánchez que para quitar a Puig. En todo caso, las maniobras, por inevitables que resulten, debilitan al partido que preside la Generalitat y, por ende, la gestión que desde ella debe hacerse. Uno esperaba que, después de dos años capitaneando la Comunidad, el PSPV se hubiera convertido en un activo para los ciudadanos, en vez de seguir siendo un problema. Se ve que no.

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