Uno de los virus más dañinos de internet, por silencioso, adictivo y letal, es el «yosoymásbarato» que, aunque no lo reconozcamos, nos gusta. Si desapareciera todo sería más sencillo. Es cierto, no seguiríamos alardeando de beneficiarnos de él, pero los empresarios no tendrían tanto dolor de cabeza y la Administración no se vería en la necesidad de legislar sobre una materia tan cambiante como la que ha generado y sobre la que no tiene la certeza cierta de por dónde tirar. Aceptando que las reglas del juego no son lo que eran y que la competencia se ha convertido en algo mucho más feroz, lo que en el sector turismo es terrible -el hotel no compite sólo en precios con otros, sino con el apartamento reglado y éste con el que no lo está, o el taxista se enfrenta a vehículos sin rotular que le hacen la competencia en la calle y en las carreteras al tren y al avión-, el problema debería estar en vías de solución y no en mantillas, como sigue. Y no sólo porque su último efecto secundario conocido sea la «turismofobia» sino porque cualquier sociedad tiene una necesidad de orden, control y fiscalización para que, entre otras cosas, los que se benefician de algo paguen por ello y eso redunde en la mayoría. ¿He dicho fiscalización? Perdónenme que la mencione porque la Administración ha carecido casi siempre de capacidad suficiente, al menos la nuestra, para ello. Y aprobar normas que no se cumplen termina por dar sensación de impunidad, del todo vale, que es donde mejor se reproduce el virus. Y ello nos lleva al absurdo de admitir que, mientras no estemos dispuestos a renunciar a convivir con el «yosoymásbarato» (que no lo haremos), no tenemos nada que hacer. Eso, o nos cargamos internet.
