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Soberano no es cosa de reyes

Soberanía es un término histórico para referirse a la cualidad de soberano, rey, sultán, emir, del que manda(ba). Su relación con otras costumbres animales es conocida: la territorialidad con la que algunos ejercen su dominio sobre el suelo, sea orinando, restregando sus espaldas contra los árboles o de cualquier otra manera de decir «aquí estuve y esto es mío. Estoy 'sobre' los demás». Con el tiempo, la palabra se usó para suponer que el poder reside en el pueblo y que nadie está sobre él, nadie es soberano sobre el pueblo excepto en autocracias y teocracias tipo Arabia Saudita, aliado fiel. Y, claro, hay que bajar a los detalles para ver dónde están los problemas de estos conceptos tan abstractos. Por ejemplo, el territorio que ha sido convenientemente marcado para definir el dónde se ejerce tal soberanía. Como los otros animales, la más de las veces es cuestión de poder y, también y en sus orígenes, de violencia: conquista, «esto es mío y aquí mando yo», siendo ese «yo» primero el rey, después el pueblo y, sí, la nación con la que se legitima la ocupación soberana de un territorio, el territorio nacional.

Lo interesante, en estos casos, no son las producciones académicas ni, mucho menos, las de los discursos políticos como el de «nación de naciones» (plurinacionalismo) y menos en el día nacional. Lo interesante son las excepciones o, mejor, los puntos en los que dos soberanías (supuestas, construidas, imaginadas, artificiales) se encuentran. Algunos casos se resuelven con la idea de cosoberanía. Y si soberanía es abstracto, no te digo cosoberanía cuando se aplica al principado de Andorra (con sus dos co-príncipes, pero con el pueblo andorrano decidiendo por su cuenta sin contar con el elemento decorativo de tales co-príncipes).

El caso de Tiwinza, entre el Perú y el Ecuador, es, sencillamente, una forma inteligente de dar solución (provisionalmente: todo es provisional en esta vida) a un conflicto territorial originado, como no podía ser menos, en una guerra previa en la que alguien dijo «esto es mío» (y los que viven ahí son mis ciudadanos, ¿mis súbditos?) y el de al lado dijo exactamente lo mismo, recurriendo cada cual a razones jurídicas, históricas y hasta geográficas para afirmar que la soberanía de aquel territorio en disputa tenía que unirse a la soberanía de uno de los contendientes (léase, impuestos, extracción de materias primas, posición estratégica si la hubiere). La solución fue demarcar territorio y crear un parque binacional (es decir, cosoberano). Provisionalmente, insisto.

No siempre las partes están dispuestas a este juego en el que, creo, todas las partes ganan. Hubiera sido una solución para las Malvinas-Falklands, pero Thatcher prefirió ser reelegida para lo cual los barcos ingleses remacharon la soberanía inglesa sobre tales islas que había sido puesta en discusión práctica por el ejército argentino que quería así distraer la opinión local con una exaltación nacionalista (que esa es una de las utilidades de estos conceptos: el fomento de sentimientos nacionalistas, cuanto menos racionales, mejor).

Podría ser una solución para la disputa entre Bolivia y Chile respecto al Departamento del Litoral como se le ve desde Bolivia, disputa que se inició en 1879. Y hasta parece que estuvo a punto de serlo hace unos pocos años bajo el canciller Choquehuanca y, en particular, el vicecanciller Hugo Fernández. En todo caso, la solución no se buscó mediante el ejército, sino recurriendo a la Corte de La Haya, donde sigue dando vueltas. Ya se sabe: el derecho como instrumento para resolver conflictos.

La cosoberanía de Gibraltar entre Madrid y Londres (o sea, compartiendo soberanía los españoles y los británicos) también está sobre el tapete, pero de momento rechazada por el gobierno español (y algún parlamentario inglés) en el contexto del «Brexit» y, de momento, también rechazada por el gobierno gibraltareño y por el británico. Soberanía, sí (mía o tuya, pero soberanía). Cosoberanía, no.

No son asuntos distintos y distantes. Se ha planteado la posibilidad de una cosoberanía España-País Vasco y, con la boca pequeña, aunque está por ver cómo evolucionan las propuestas, la de España (gobierno de Madrid) y Cataluña (gobierno de Barcelona). Puede optarse por eternizar el problema, ayudando a que algunos políticos hagan carrera manipulando sentimientos, por resolverlo manu militari -o echando mano a la economía, la deuda, las pensiones u otras intervenciones administrativas- o dejarlo en esa abstracción de la cosoberanía para abstracciones todavía más problemáticas como son las naciones.

Como siempre, el problema, en todos estos casos, es la letra pequeña: quién paga qué a quién.

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