La incertidumbre rodea la elección en el Reino Unido. La premier conservadora Theresa May ha devuelto al primer plano de la actualidad el "Brexit" para frenar el avance en las encuestas del candidato laborista Jeremy Corbyn. Hace menos de un mes era, sin embargo, Corbyn el que intentaba por todos los medios amortiguar su vertiginosa caída. Para ello llegó a proponer la renacionalización de la energía y de los ferrocarriles. Cuando más desesperada era la situación del adversario, May decidió imprimir emoción anunciando el famoso impuesto de la demencia. La ventaja de la primera ministra británica se redujo, en el más favorable de los sondeos, a la mitad. La campaña enmudeció tras el atentado del Manchester Arena, los 22 muertos y los 120 heridos. Ahora ha llegado el momento de la verdad.
Corbyn ha recurrido a la trumpificación para pulsar los resortes sensibles y emotivos de una sociedad que es incapaz de entusiasmarse con sus líderes políticos. No sería nada nuevo, si no se tratase del Reino Unido. May adopta el papel de Hillary Clinton y, como principal estrategia, al igual que hizo esta última en Estados Unidos, demoniza al candidato laborista. Necesita un fuerte liderazgo que respalde la complicada negociación que le espera en la UE.
Pese a todos los pesares no es fácil apostar por Corbyn, que votó repetidamente contra la financiación para combatir el terrorismo, que calificó de tragedia la muerte de Bin Laden, y cuyo manifiesto es el documento más izquierdista del laborismo desde 1983. ¿Cuáles son sus probabilidades de vencer? A simple vista no parecen demasiadas, aunque ilusoriamente tampoco lo eran en el caso de Donald Trump.
