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José María Asencio

El PSOE y su problema

Cualquiera que conozca un poco el PSOE llegará a la conclusión de que es hoy un partido profundamente fracturado. Un cincuenta, cuarenta revela una tensión de muy difícil solución.

Lo sucedido con Pedro Sánchez no es fruto, aunque se quiera ver de otro modo, de opciones ideológicas, del «no» es «no», de posiciones más o menos izquierdistas. En cada uno de los bandos hay de todo. Lo del PSOE expresa una ruptura con una forma de entender la organización desde hace años, un rechazo al aparato que ha dominado el partido con escasas renovaciones y normalmente con cooptaciones y sucesiones de los que, sometidos desde jóvenes a los mandos (y digo mandos con plena conciencia), se veían aupados a la cúspide una vez cumplidas las fases de educación en los valores de un partido fuertemente jerarquizado. Normalmente, desde JJSS, cuna y escuela de los peores defectos como muchas veces se ha dicho.

El llamado aparato ha dominado el partido con fuerza y laminado, hecho y deshecho a su antojo, nombrando y expulsando por vías de dudosa legalidad a todos los que podían hacerle sombra. Especialmente en esta Comunidad en la que el llamado lermismo fue letal para acabar con un PSOE que dejó de gobernar hace varios decenios y que ahora únicamente ha podido hacerlo en coalición, incluso en casos como Alicante previa aceptación de ir hacia una muerte anunciada una vez se celebren elecciones.

La militancia, pocas veces organizada y tantas reprimida, reaccionó en contadas ocasiones y nunca con una sola voz. Pedro Sánchez ha sido el aglutinante, accidental y ocasional que ha reunido la disidencia, harta y deseosa de un partido que debía desembarazarse de quienes ganaban asambleas y perdían elecciones, pero que se blindaban en los cargos, cada vez más escasos, viviendo del partido o de actividades políticas que asumían casi en exclusiva.

Pedro Sánchez, como digo, es la excusa. Tanto da que carezca de programa o que se comporte como un veleta huero de ideas. Ha tenido lo que necesitaba la militancia. La tenacidad para aguantar sin venirse abajo, soportando los golpes del aparato y aglutinando una mayoría a su alrededor. Lo del fondo, es indiferente y ahora se verá si esa misma militancia le da un cheque en blanco para que termine de liquidar el partido si Sánchez opta por anteponer su demostrada ambición sobre cualquier otra consideración. Una cosa es abanderar una lucha interna y otra, bien distinta, que tenga la legitimidad suficiente como para romper la organización subordinándola a sus caprichos bien demostrados en ocasiones múltiples.

Ahora bien, que la pugna interna haya terminado con una derrota del aparato, aunque por la mínima, no permite asegurar que la batalla haya acabado. Todo está por hacer en uno u otro bando. Uno, el oficial, compacto. El otro, constituido por sensibilidades poco o nada cohesionadas, deseosas de subirse al carro que creen que los derrotados van a dejar libre. La tentación de los vencedores de seguir o cambiar de bando si obtienen lo ansiado y ahora vislumbrado puede dar lugar a muchas sorpresas en forma de pactos orgánicos con final imprevisible. En todas partes y tiempos los críticos se han sumado al oficialismo por un plato de lentejas cuando se les ha ofrecido.

Una negociación con maestros como los que vienen practicando el poder desde siempre es tanto como hacerlo con quienes juegan con las cartas marcadas. Ya veremos dónde acaba todo esto y dónde termina el PSOE cuyo presente dista mucho de ser lo que fue; una realidad qua la militancia no aprecia, pues siguen pensando que son lo que eran.

Tampoco hay que olvidar que Sánchez y muchos de sus adláteres son y provienen del aparato. La curiosa paradoja consiste en que la ruptura con el aparato ha sido promovida y ganada por quienes también forman parte del mismo, que tienen las mismas características y que solo se diferencian en el discurso externo, aparentemente democrático, cuando PSOE y democracia interna son términos contradictorios, casi un oxímoron. Sánchez y los suyos se intercambiaron hace tiempo por razones ajenas a la política con mayúsculas y más cercanas al poder o propias de éste. Por ello, saben y practican las mismas artes, consistentes en derrumbar al adversario sin dejar prisioneros o heridos. No pueden aparecer como puros y diferentes aquellos que son los mismos y lo mismo. Basta ver el curriculum de cada cual, empezando por Sánchez que ha vivido desde su nacimiento del partido. El grado o la capacidad de resistencia de Sánchez es proporcional a su capacidad de mantener ese odio acumulado frente a sus enemigos, los correligionarios y algunos, muy pocos, de otras formaciones. Un hombre en exceso pasional y ahíto de poder, peligroso para el PSOE y para el país por su falta de empatía hacia quien se le opone, su ausencia de ideas y con una soberbia ilimitada.

Ahí han errado los críticos. Acudir a Pedro Sánchez como elemento aglutinador otorga al aparato una razón de la que carecería en otro caso. Todo el país menos Podemos rechazaba a Sánchez. Y no todos pueden estar equivocados, ni se puede pagar tan cara la espera para acceder a lo ansiado.

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