Es un hecho incontrovertible que los gestos en política tienen un significado especialmente relevante, pues son indiciarios de la voluntad de acción. Tras las primarias del PSOE, se han producido unos gestos que son dignos de destacar como signos de esperanza en la maltrecha organización política. Esos gestos apuntan hacia la voluntad de la unidad del partido; una unidad sin la cual el PSOE perdería toda esperanza de volver a protagonizar la política democrática de nuestro país.

Por un lado, los sanchistas han rebajado el tono iracundo hacia aquellos que, desde las organizaciones autonómicas y provinciales, han apoyado a Susana Díaz en el proceso de elección interna. Esa dulcificación se ha visto reflejada en diversas declaraciones de destacados representantes de la candidatura de Pedro Sánchez, con una manifiesta invocación a la unidad de partido. Otros, por otro lado, aun disponiendo del llamado aparato del partido, pero reconociendo sin paliativos la derrota, se inclinan por consensuar las listas de delegados al congreso federal. Todo aparenta un escenario idílico para la necesaria reconciliación y avanzar hacia esa unidad que aborde el proyecto socialista para los próximos cuatro años.

Todos ellos, sin duda, son gestos que animan a una militancia a la que se le advertía síntomas graves de depresión, pero esos gestos también pueden esconder otras interpretaciones o intenciones. Tras el tamiz de la invocación a la unidad por parte de unos, puede esconderse también otra de las esencias de la práctica política: el arte de la supervivencia. Hay susanistas que, blandiendo el pendón de la unidad, pretenden una realineación, o, incluso, reinvención, política para no perecer políticamente. Pero también es cierto que los sanchistas saben que deben medir muy bien que una cosa es el apoyo de la militancia a Pedro Sánchez, y lo que ha representado su candidatura, y otra cosa es que esa misma militancia apoye, mutatis mutandi, las opciones sanchistas en los congresos y asambleas. La política no es una ciencia exacta, por lo que extrapolar los resultados de las primarias a los cónclaves venideros podría generar más de un problema a algunos.

En cualquiera de los casos, prefiero quedarme con la interpretación primera de los gestos que estamos presenciando, puesto que si hay algo especialmente relevante no es la expresión de la voluntad de los militantes, a la que, por supuesto, no voy a restar significación, sino la voluntad última de los electores, que es la que realmente resulta determinante para que un proyecto transforme la sociedad. Por ello, el congreso federal no debe centrarse exclusivamente en la nómina que compondrá la dirección que acompañe a Pedro Sánchez, sino en el proyecto político que surja de él de manera unívoca. Éste será el que guíe la acción política posterior y el que deba pasar por el juicio de la ciudadanía.

En la agenda política hay demasiadas tareas que requieren ser abordadas, ahora ya sin gestos. Para ello, resulta inexorable que el PSOE consiga algo que ha ido perdiendo a lo largo de estos últimos años, que es la credibilidad; paso previo a la confianza que deben expresar los electores. La credibilidad dependerá, entre otras cosas, de que el texto programático no caiga en la oportunidad, sino en la utilidad. Oportuno es defender ahora la nación de naciones cultural. Útil es hacer valer el cumplimiento de la Ley, y saber explicarlo. Oportuno es pensar que el cambio proviene de las emociones. Útil es hacer viable una sociedad justa, y saber explicarlo. El proceso no ha acabado.