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Conspiranoias

El otro día cantó un pájaro para mí. No me pregunten por la especie que a mí me parecen todos iguales. Pero cantaba. Y cantaba para mí. O así quería verlo, oírlo yo. Como uno ya anda un poco renqueante y se patea Alcoy todos los días cuatro veces y como quiera que «por mayo, era por mayo, cuando aprieta la calor» y me fallaran el sistema linfático, las calandracas y el corazón me golpeara la garganta como un pulso desaforado en las tinieblas, me senté a la altura del teatro Calderón a descansar una miaja y a liarme un plajo con la mala traza con la que suelo liarme los cigarros. Entonces, arrancó. El canto venía de algún lado de la fronda que tenía enfrente. Lo busqué. Alcé la vista. El pájaro no aparecía por ningún sitio pero seguía cantando. Entre los árboles y el pájaro fantasma me di de bruces con el cielo. Allí estaban ellas. Las estelas. Entrecruzándose, relamidas, como tiradas con escuadra y cartabón. Yo creo que ya llevo mucho rato aquí, en el mundo, digo. Lo he mirado todo o casi todo. Siempre me ha gustado el campo y lo he usado como hamaca y almohada de resultas de mi tendencia natural al estado larvario, vulgo vagancia. Nada tan vivificante como una barriga ahíta al sol mirando la nada azul. Bien, pues en este periplo de vago cerúleo jamás he visto semejantes formaciones. Todos hemos estudiado eso de los cirros, nimbos, cúmulos, estratos. Pero que alguien me enseñe en algún libro de texto esas extrañas formaciones que últimamente nos coronan. Engolfado estaba en estos pensamientos cuando el pájaro dejó de cantar. Sí, el pájaro canoro y el cielo eran, de pronto, mentira o fruto de esta incipiente locura que me instiga. Soy un conspiranoico, lo confieso y no me fio ni de mi sombra. Últimamente me tropiezo con demasiados cabos sueltos. En la historia antigua y reciente hay demasiados cabos sueltos, demasiada mierda bendecida, asumida y, al cabo, ignorada. Sí, nos fumigan, nos tiran encima cosas, metales, mierda para enfermarnos y para curarnos de lo que nos enferman o para matarnos directamente, que la superpoblación es alarmante. Como eran alarmantes las armas de destrucción masiva fantasmales que acabaron con dos colosos de cemento, hormigón, forja, alta tecnología, preparados para soportar el impacto de cien aviones, dos gigantes fieramente anclados a la tierra que demolieron dos mosquitos. Como volaron a cientos de personas en Madrid con un par de teléfonos móviles y mucha voluntad, eso sí. Como acaban de masacrar a niños en Manchester dejando, como siempre ha sido, un carnet de identidad en algún sitio, para que no quepa duda de la autoría. Navegamos en barquitos de papel donde las olas son de mentira, el viento es de mentira, el viaje es de mentira y nosotros somos de mentira. Nuestra única realidad es la muerte cuando lo deciden, en un concierto, en un metro, bajo el cielo, en un macro edificio, en la redacción de una revista, en el metro. Pero jamás sabremos quién decide que muramos, que estercolemos, que vaciemos la vejiga, que ayuntemos con hembra o macho placentero, que compremos, que no compremos, que el cáncer nos coma, que la quimio, nos coma, que los tubos de ensayo nos coman, que el negocio de la medicina nos mate algunas veces y nos salve otras y que nuestra vida esté pendiente de ese estraperlo de guantes esterilizados y fonendos. Jamás sabremos quien vive por nosotros, quién nos permite seguir viviendo y nos mata, quién nos vive, quién nos permite comer, quien nos provoca el hambre, quién nos permite trabajar, quien nos tira al paro, al monte, a la suerte y lo que surja, quién nos desahucia, quién nos envenena, quién nos utiliza. ¿Y si la muerte y resurrección de Pedro Sánchez es otra maniobra, otra burda patraña? Podría ser. Cogemos al guapo, lo defenestramos, ponemos a la mala, malísima, pero bien mala y que trabaje fuerte para que se haga odiar. De este modo, resucitamos a Pedro, que vuelve triunfal y de paso al Psoe y por el mismo precio al sacrosanto bipartidismo. La maniobra es acojonante. Todo perfectamente atado para que todo siga igual. El muerto al hoyo y el vivo al bollo. Nosotros, los pringaos, somos los muertos.

Pero no me hagan mucho caso. Sí, soy un conspiranoico y tengo muchos pájaros en la cabeza. Que cantan y todo.

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