El pasado martes tuvo lugar en la Sede Universitaria de la Ciudad de Alicante la presentación de un magnífico libro que sirvió de reflexión sobre las causas que han llevado a que tengamos una de las ciudades más maltratadas de toda España. El título de la obra, «Réquiem por el patrimonio edilicio de la ciudad», así como el largo subtítulo, «La administración: principal artífice de la destrucción de las arquitecturas y del paisaje de la ciudad. La Anticultura», suponen toda una declaración de principios por parte de su autor, el arquitecto y jurista, Manuel Ayús y Rubio, un profesional tan experimentado y solvente como comprometido con su ciudad.

No es casual que esta presentación tuviera lugar en la Sede Universitaria, ya que se ha convertido en un espacio fundamental para la generación de pensamiento, conocimiento y debate en la ciudad: hoy en día no podríamos concebir Alicante sin su Sede Universitaria. Creo honestamente que la ciudad en su conjunto tiene una deuda con este espacio universitario y con todos y cada uno de sus directores, desde Manuel Alcaraz, a quien le tocó diseñar e impulsar la Sede en sus inicios, hasta el último, Jorge Olcina, quien además de mantener sus señas de identidad específicas en tiempos de medios menguados, tiene una enorme preocupación por impulsar pensamiento crítico que alimente debates de interés para la propia ciudad y para la sociedad en su conjunto. Por ello, las presentaciones de excelentes libros generadores de conocimiento, junto a la reflexión abierta en torno a cuestiones de muy distinta naturaleza, se han convertido en ejes vigorosos del trabajo de la Sede.

Asistir a la presentación de este libro tuvo para mí una particular significación, en la medida en que Manuel Ayús formó parte del grupo de compañeros y grandes profesionales del núcleo promotor de la histórica Plataforma contra el Plan Rabasa a la que tuve el enorme honor de pertenecer y de los que tanto aprendí. Un grupo que, promovido en sus inicios por el profesor Manuel Alcaraz, consiguió reunir inicialmente a un grupo de la calidad humana y profesional de José Ramón Navarro Vera, Jorge Olcina, Armando Etayo, Maite Catalá, Ernest Blasco, Carlos Arribas, junto a los añorados Ramiro Muñoz y Adrián López, así como el propio Alcaraz, a los que se sumaron después otros. Siempre he dicho que aquel grupo, de quien tanto aprendí y que fue el embrión posterior de la Plataforma de Iniciativas Ciudadanas (PIC), representó toda una escuela de ciudadanía en línea con las ideas que Pericles ensalzó magistralmente en su hermosa «Oración fúnebre» a finales del siglo V a. c. en honor a los caídos en la guerra del Peloponeso, al remarcar el poder de la ciudad y el valor democrático de sus comprometidos ciudadanos.

El libro presentado por Manuel Ayús representa precisamente todo un alegato en defensa de la ciudad y de todos sus valores patrimoniales, culturales, paisajísticos y arquitectónicos, es decir, del valioso capital cultural que las ciudades acumulan con el tiempo pero que los intereses económicos y especulativos, la desidia institucional, así como la complicidad política y administrativa han dañado cuando no eliminado definitivamente en tantas y tantas ciudades, como ha sucedido con particular saña en Alicante. Y no es casualidad que el autor de este trabajo sea alguien como el arquitecto Ayús, ya que desde su conocimiento profesional y su compromiso ciudadano viene luchando con esfuerzo y a veces incluso, por qué no decirlo, sin el apoyo político e institucional que merece en la defensa de una ciudad tan maltratada como la nuestra, a la que él mismo ha calificado como una de las ciudades más dañadas de toda España en este campo. A él hay que agradecer personalmente que la disparatada idea de Díaz Alperi de destruir las laderas del Castillo de Santa Bárbara para incrustar en él un palacio de congresos no se hiciera posible, al agotar todas las instancias jurídicas para ello, mientras los partidos que entonces estaban en la oposición municipal miraban para otro lado. Algunas imágenes que el propio Ayús mostró y explicó sobre Alicante daban buena cuenta de la intensidad de la destrucción llevada a cabo, hasta el punto que se la debería llamar como «la ciudad de las medianeras».

El catedrático Navarro Vera, quien hizo de moderador y presentador del acto, reivindicó la salvaguardia del patrimonio de las ciudades más allá de su simple defensa jurídica, desde la ética de la responsabilidad y de un compromiso como el que ha venido desarrollando Manuel Ayús, reivindicando el valor del paisaje como un elemento patrimonial cuya defensa está recogida en la Constitución, aunque no se aplique.

También intervino en la presentación el fiscal anticorrupción de Alicante, Felipe Briones, quien reconoció las responsabilidades que las instituciones públicas tienen en la destrucción del patrimonio de las ciudades, llegando a afirmar que «muy poca gente está en su sitio y gobierna según espera la ciudadanía», algo que imagino afirma desde su experiencia. Particularmente valiosa fue su llamada a la necesidad de reforzar lo colectivo contando con la intervención activa de la ciudadanía.

Las palabras finales de José Ramón Navarro para cerrar el acto deberían ser memorizadas por todas las personas con responsabilidades en nuestra ciudad: «Una ciudad sin memoria es una ciudad sin esperanza».

@carlosgomezgil