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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Problemas psicológicos

Vi la foto de un ratón al que habían trasplantado la cabeza de otro sin eliminarle la original. Un ratón con mucha cabeza, pensé, mientras mis ojos se deslizaban hacia la noticia. La cabeza del donante vivió 36 horas durante las que llevó a cabo las funciones de cualquier cabeza. Ignoramos cómo se comunicó con la ya existente, si llegó a darse la comunicación, o si se pusieron de acuerdo para, a la hora de manejar el cuerpo, cederse alternativamente los mandos. La idea platoniana o platónica del «yo» como mero pasajero del cuerpo se afianza en la ficción y en la realidad. En la ficción, con la película Déjame salir, de gran éxito, y en la realidad con experimentos como el citado más arriba.

Uno de los neurocirujanos responsables del ensayo asegura que en unos meses podrá llevar a cabo un trasplante de cabeza humana a un cuerpo sano que la haya perdido. Tras la operación, al paciente se le inducirá un coma de un mes, al objeto de que no se mueva, y luego se le despertará con el nuevo organismo, al que deberá adaptarse con ejercicios de rehabilitación. Si el cuerpo ha cambiado de conductor, lo lógico es que el nuevo chofer se acostumbre a la dureza del embrague o a las particularidades del cambio de marcha. ¿Y la identidad? La identidad reside en la cabeza, claro, pero algo influye el cuerpo. Hay gente que cambia de carácter cuando da el salto de un Seat Toledo a un BMW. O viceversa.

Aceptamos ya como normales los trasplantes de hígado, de páncreas, de riñones, de corazón. Un forofo del Real Madrid puede vivir sin problemas con el hígado de un seguidor del Atlético. Y un militante del PP con un páncreas de uno del PSOE. Las vísceras (pese a la mala fama de «lo visceral») no conocen colores. Su trabajo es puramente técnico y lo realizan allá donde las colocan si las condiciones son las que deben ser. Ahora bien, un cuerpo, un cuerpo entero, desde el cuello hasta los pies, con su estómago y sus intestinos y sus alveolos pulmonares€ Parte de la subjetividad de cada uno tiene que ver con el cuerpo que le ha caído en suerte. Creo yo. De ahí que se trate de un trasplante con complicaciones psicológicas de las que carecen los anteriores. De momento, a mí, la imagen del ratón me ha trastornado un poco.

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